31.12.06

Ausencia (Ma non troppo)

A Natalia...
Aunque esté trillado, llueve. Nada que hacer al respecto.
La galería da al patio interno, desagüe ineficiente, agua que espeja la contingencia vegetal que cubre la superficie otrora verde y porosa, gramillosa.
La máquina de cortar césped está encendida, pero su malestar ronronea en vísperas de un cortocircuito en proceso.
Valdrá la pena describir la solubilidad de las humanidades recientes, aunque la estética me sea vedada en estos acantilados que no pueden escaparse.
Creo que vendrá el viento húmedo que corresponde, y me detallará la penumbra de la movilidad. La movilidad de los helechos, que se reflejan en el agua que ya no es pasto, sino helechos-arquetipos, esos que se mueven si a la idea se le ocurre.
La retirada de insectos es un hecho, ya mantienen en vilo una oscuridad que demandará horas de desapego con las fuerzas naturales.
Se ve una galería que costea los gastos de una mampostería impermeable, pero no la desaprensión pluvial.
Un banco pesado, cual si fuera de plomo, reniega un tanto de su estabilidad para hundirse de a poco en el reflejo de su progresiva desaparición.
Vanos reproches del viento retan la lejana vociferación de un trueno.
Regla de tres simple: no cayó muy lejos, aunque debería.
Una ventana corrediza deja ver a través de su utilización a una pava silvadora haciendo su gracia, para que en instantes de conmiseración vaya perdiendo las leyes de su diseño, para ceder ante las de la física: fundición de metal seguida de muerte, de la muerte de un orden preestablecido. Se reduce la monotonía silvadora, para dar paso a un borbotón de sangre metalizada que mucho tiene de espera de un lado y olvido del otro.
Mal que hagas la extrapolación con la fuente de esta verborragia, son sólo materiales. A veces los veo y adiviná. Se mueven porque no te movés, porque no estás y porque eso quisiera. Que estés...
Sólo habría que inclinar un poco la ventana, sin albañiles, para mayor confort, y se vería un desayunador que no hace justicia de su nombre, porque lo que hay en él no es un desayuno, no. Hay un libro, cerrado no por una voluntad subyacente, ni por una teleología, sino por la fuerza del status quo que establece la manera como ha sido encuadernado.
Ya no llueve, pero la inercia reflexiva del agua mantiene el compromiso ontológico de especular acerca de los espejos que nos mienten y nos muestran mariposas de tintas monocromáticas invertidas. Una fórmula nunca bastó para explicar, nunca lo hará. Gracias, no lo hará, por más ciencia que se interponga entre las entidades. Los puentes son otros, ya lo sabés. No son las fórmulas, no son las palabras, no son las materialidades. Nada de esto tiene sentido en un marco de soledades, de in-comprensiones. No cometer el error de unir esas palabras, los guiones ayudan a separar, sinécdoque del logos expresado de esta manera.
Confortably numb, así estaba hasta que labios rojos me dijeron que no, y hasta que ojos bien negros me mostraron lo absoluto y lo eterno.
¡Vaya escenario! Una máquina de escribir, sola, intemperante, catártica, con un texto escrito justamente hasta este punto que viene ahora.
Sergio A. Iturbe
30/12/2006

23.12.06

Sucedáneo de muerte.

La muerte es vida vivida,
la vida es muerte que viene,
la vida no es otra cosa
que muerte que anda luciendo...
Jorge Luis Borges.




¿Manantial de muertes en la literatura, en los planteos que suceden a la percepción de hojas impresas?
Pareciera que es el simulador más perfecto de que disponemos para sortear las dificultades cognitivas que advienen de la supuesta ignorancia fáctica de la muerte...
Cuando la literatura deja de ser eso a lo que se llama diversión para tornarse un flujo hidrográfico de existencia atrapada en celulosa no interviniente en una que otra aporía eleática de tiempos infinitos, que podrían estar encerrados en duras bibliotecas empolvadas de inexistente ayuda humanitaria, ahí es cuando la empedrada eternidad vacía su contenido de átomos temporales para dejarnos solos en una ráfaga de desaliento que enluta al más jovial de los ingenuos.
Se preponderan algunas emociones catárticas, se nihilizan las las tantas veces transitadas esperanzas, y amanece la muerte teórica que tanto nos cuesta distinguir de las carnes en proceso constante de degradación fétida, que pierde su significado de hecho, para transformarse en muertes que se leen y se experimentan mientras uno pasea su mirada de izquierda a derecha en pasta de arboledas pobladas de insectos invasores ordenados en fila.
Será la actividad combinada de lectura reticente con fatales experiencias ajenas pero ahora propias como una muerte más en nuestro haber. (Aludo con "fatal" a dos sentidos: el que deja entrever la imposibilidad de lo imprevisible (el destino, el fatum, lo-siempre-ya-escrito); y el que nominaliza lo que tiene de objetiva y de asintótica la experiencia, que vendría a ser la muerte física, con los gusanos, la putrefacción, la Nada y demás gajes de su oficio).
Existencialismos ulteriores, teóricos y otros algo más prácticos, posteriores al aprendizaje de ciertos términos análogos, sinónimos e irónicos, me hicieron aprehender otro juego del lenguaje que se empecina en volver absurdo lo que queda de seguridad en la materialidad de una palabra que, para nuestra salud mental, por lo menos es representable en manchas de tinta consensuadas.
Hablo de la pedagógica asignación del nombre "finalidad" tanto a la teleología más dadora de sentido post factum de estructuras que rutinan a los absurdos, como al término de esta problemática, a la muerte, como el objetivo que devendría si tomáramos en consideración la máxima existencialista del "Être pour la morte", habida cuenta que la esencia de todo hombre, para esta corriente, se termina de completar efectivamente con la muerte, punto final de toda esencialización de acciones y pensamientos.
La muerte me ha llamado otra vez para que la difunda, la desfunda, la funda y la funde, como una nueva posibilidad, para que deje de vanagloriarme de una vida que es muerte a cada paso que da, tan callando...

Sergio A. Iturbe
22/12/06

16.12.06

Borges a propósito de Pinochet...

Los años, luego, le confirieron esa peculiar majestad que tienen los canallas encanecidos, los criminales venturosos e impunes.(...) Era un caballero antiguo del Sur, pese a la niñez miserable y la vida afrentosa. No desconocía las Escrituras y predicaba con singular convicción. "Yo lo vi a Lazarus Morell (aquí se cambia el nombre por razones obvias) en el púlpito -anota el dueño de una casa de juego en Baton Rouge, Luisiana-, y escuché sus palabras edificantes y vi las lágrimas acudir a sus ojos. Yo sabía que era un adúltero, un ladrón de negros y un asesino en la faz del Señor, pero también mis ojos lloraron."

Historia Universal de la Infamia, El atroz redentor Lazarus Morell.(1935)

15.12.06

Must be another cheap dead.

HUMAN UNCONDITIONAL LAND, inconditional human state. ONLY A STATE, or the beginning.

En cuanto encuentre un buen territorio, para atornillar estos pies (¡ojo!, nunca usaría clavos), perdería cualquier clase de tolerancia para con la tierra ajena. Ya nada es más mío, ni mi cuerpo, sólo esta víspera de barro que, aún volátil, se desliza y pigmenta los pies que nunca han carecido de calzado. Unos pies blancos, blancos, solitarios y descalzos por primera vez, descalzos en el sentido de una sola totalidad de existencia a cargo de ellos, justo cuando empiezan a ser los mediadores de mí próximo y único deseo. Salir sin ser percibida, despertar sin encontrar la maceta de barro artificial en la que me metí hace no pocos años, y de la que muy pocas cosas lograron salir. Sin creer en novedosas ni angustiadas utopías borradas, disparar esta única bala en el silencio más final de todos los ruidos.
A tropezones con el único aire que me acompaña, desde un inicial lamento mezclado con la felicidad menos adiestrada, sin consejos ni directivas antropológicas; esta inexacta muestra de cambio simula una espontaneidad robada a todas las fuerzas de la naturaleza.
Una cuenta confundida por la materia, comienza a rodar entre las rodillas, sellando un frío que, en no muy poco tiempo, comenzará a trepar hasta el pecho y a luchar con las llamas de mi cabeza. Saliendo del antiguo espacio en el mundo, y concentrándome en la nueva materia de mi única potencia, ella comienza a preparar la bienvenida. En su inocua apariencia de color homogéneo y relieve impreciso, concentra el poder de insistir, para su frescura y composición, ante los cielos que se desgarran y gritan el llamado ansioso del vuelco, del cambio.
En un mismo momento, en el instante más certero, las primeras gotas de lluvia extinguen las impotentes llamas de mi cabeza; y el frío que había empezado a girar desde el corazón de todos estos huesos, llega al corazón de carne, visitándolo como una espina. Como una espina de agua, ante la docilidad de un cuerpo que ya es aire revolcándose en la tierra.

ANALIA CORA BASTOS

02.12.06

9.12.06

Desvarío.

Germán tiene varios textos robados acerca de Heráclito sobre un mueble exquisito que pudieron haber incrementado su capacidad vitalista y sexual-oligofrénica; y además profusa e incandescentemente feo.

Escrito palabra por palabra por Esteban Pablo Díaz,
Germán Alejandro Díaz y Sergio Alejandro Iturbe
el 05/12/06.

16.11.06

El atardecer.

Lo que me llama a proferir nuevos lamentos fue una desdicha de la que me tocó ser parte por primera vez: un atardecer…
No quiero ser drástico en mi descripción, pero no saben la elocuencia de su discurso, hablándome del pasado y demás cuestiones que esquivo.
Nunca pensé que sería parte de la lista negra de cosas que me hacen recordar, pero ya lo es, ineluctablemente.
Todo se volvió vacío en el reclamo que puse a su disposición: el reclamo de que se fuera lo más rápido posible…
Que le diera parte a la noche, como eclipsando lo que me estaba carcomiendo por dentro: el recuerdo de un atardecer parecido o igual a este, pero con el don de un par de cosas que en este momento anhelo, y no saben cuanto. Tampoco sería saludable saberlo de esta manera tan amiga de las distancias, así que no se pierden absolutamente de nada, se los juro por la noche que no venía nunca, por más que la llamara a gritos y a manotazos.
Todavía creo escuchar los ecos de esos gritos que puse en alto al escuchar mi desdicha vitalicia. Si, vitalicia, nunca más me dejaría en paz, me encargué de extirparle los oídos para que no oiga mis reclamos, mis goteras ni mi cólera.
Estoy medio cansado de que lo que escribo y lo que leo sea siempre lo mismo, siempre tristezas, personajes malolientes o enfermos de nostalgias y desprecios, personales o impersonales, a Juan Pedro o a la no sujetivizada lluvia o viento.Por ejemplo: ahora se me viene a la cabeza una estupidez: se me aparece en la mente una certeza: lo que de una manera u otra pudieron legislar o ejecutar algún tipo de decisión con respecto a los verbos impersonales, refiriéndose a los sucesos llamados naturales, debieron ser ABIERTAMENTE ateos, de otra manera no se justifica que la lluvia o el calor sean impersonales. Una declaración abierta en contra de su dios omnipotente y omnipresente, es una cosa que cae de maduro, no me van a discutir, no tendrán el atrevimiento… si por esas casualidades lo tienen, no se los permito, de ninguna manera.

Sergio A. Iturbe
14/11/06

13.11.06

"Odisea en la cocina"

Toda una sofisticada fiesta en una casa donde los almanaques eran Naques de Almas y mordían las cortinas de la casa, amenazando la continuidad de las rutinas instaladas corrientemente en las demás viviendas. Su vida había comenzado a funcionar de esa forma. El calibre de su historia había dejado de tener milímetros, días, semanas, meses y años.
En las alacenas acumulaba personajes inverosímiles, comparados con la verosimilitud de un paquete de azúcar o una lata de cacao en su lugar.
Por lo general, aguardaba con ansias hasta las 5, para recrear la mismísima tiranía a través de un té junto a la Corte Real. Preparaba repertorios de superficialidades monárquicas y los calibraba junto a solapas que, al lado de cada soldado del ejército de vajillas de porcelana, indicaban la justa palabra del mismo deber.
Su mundo no prescribía materiales tangibles, su material era el injerto que podía soñar durante el descanso.
A veces, al levantarse llorando, se encontraba en medio de un funeral. Con flores en la mano. Rodeado de gente. Cómodamente instalado en lo que parecía ser un barnizado cajón individual.

ANALÍA

2.11.06

Escena.

Escucho un murmullo que parece provenir por detrás de una puerta que tengo al frente.
No sé si lo que veré detrás de ella me agraviará con algún beneficio espiritual o económico.
Me inclino sigilosamente hacia el picaporte, y casi como si no quisiera despertarlo de su sueño de bronce.
Aire caliente sale a mi encuentro al pasar la mano por el ojo de la cerradura antes de entrar, y por cada uno de los orificios centelleantes de la madera de burbujas en ebullición constante y de degradación.
Me quema la expresión un hálito de desesperanza que se convierte en una intervención infernal. Caliente como una fiebre de la niñez. Delirio. Tremendo. Delirio tremendo.
Mis hermanos en una habitación en llamas, rodeados de flamantes colchones.
Navidad, cerdo asado. Papel de diario. El mismo olor.
Doy la vuelta sobre mis pies, y camino hacia el living.
Me detengo. Dudo y me detengo. Miro hacia la puerta y hacia el paisaje que deja entrever.
Me acerco nuevamente. No traspaso el marco. Los ojos me comienzan a picar. La luz se hace intensa. Cierro la puerta.
El picaporte está tibio. Quizá sea una premonición. No, lo dudo.
Sergio A. Iturbe
31/10/06

Piernas metalizadas.

He tenido noticias sobre una inverosímil analogía entre las piernas de una mujer y las penínsulas que se abren desde un eje casi invisible hacia el abismo del espacio para hacerse un gran continente de roca cromada, tanto las penínsulas como lo que devienen, incluyendo la nada de la que emanan.
No hubiera sido tan drástico si la fuerza que se aplica para separar estos dos obstáculos de comunicación no fuera la misma con que se presiona para llegar a ese oasis existencial, para luego dejarse llevar por ese vaivén casi bicromático, de ida y vuelta…
Sergio A. Iturbe
(Escrito en base a la minuciosa
observación de un celular,
de esos que se abren en dos.)

19.10.06

Delirios de una mente que padece sus recuerdos...

Y así fue, una vida por delante sin ella. Me aterra decirlo: no la tendré más... Uno se miente a veces. Esto aflora, se te hace carne. Explota en vísceras de desesperación y te dice que no, que no la vas a tener.
Se me viene el terror de sentirlo, adentro, en la sangre.
Lo siento: siento terror cuando lo siento y cuando lo veo venir, igual, aunque no esté.
No es que me guste. Simplemente lo sé, se desvanece en acantilados letales a los que también temo.
Yo que pensé que el don del temor no se me había otorgado. Ahí lo tenés: hecho y derecho.
Lo que veo se pone pálido como la merca, como la muerte.
Cómo pasa el tiempo mientras uno se besa. Pasa así.
Estuviste besando a alguien y el tiempo no está. Te agiornás a la hora después. Pasaron seis horas. "En este mundo", pensás.
Qué lindo tenerte y besarte. Está bueno, no podés hablar. Es genial...

Sergio A. Iturbe
18/10/06