10.2.07

Pasos, amargo regreso.

Cuando ingresó al modo caminata, llevó en su mirada el espanto del reloj de arena destruido. Una enorme y sola masa de minúsculas rocas circulaba en el aire, rasguñando las mejillas a cada paso, cada vez más veloces pasos. No quería parar, pero caminar se tornaba hostil, lastimoso, irritante. Ningún sonido podía distinguir, el barullo desorbitaba cualquier interés por anclar las ideas en otra conversación, en otra voz que amplificara una realidad distinta, para sentir que no le había pasado. Nada de aquello podía haber pasado. Para prometerse probar otra imagen se sentó en el mirador de la ciudad, necesitaba ahora la frecuencia del descanso en sus músculos, en el invierno de su mente. Si tan sólo no estuviera ahí, si esos horizontes de edificios bajo un cielo humeante y anaranjado no fueran malignos, no le hablaran sin dejarse entender. El estrepitoso sonido amorfo continuaba su caída en embudos distantes, en nervios auditivos que quería indagar para no indagar su alma; cuestionar su partida y su falta, el espacio vacío de una magra desesperanza, de desesperado profesional. Lo último que podía desear, llegó al fin. Aunque sin inmutarse corpóreamente, un vano sobresalto en el pecho informó que su problema más grande en ese momento acababa de acercarse. Planteaba preguntas sin respeto por la náusea sentada e inmóvil; que miraba sin mirar una fábula en descomposición, una desatinada inocencia pagada con el amargo precio de la desilusión. No giraría la cabeza, no revelaría el desconcierto de los miles granos de arena-fragmentos de un tiempo- que le habían lastimado con dureza la mirada. Economizando los síntomas de su conciencia ausente, imploró silencio con su mudez, y se limitó a expresar frases vanas y entrecortadas que no respondían, que no decían nada sobre la desesperación que, pausada y latiendo en las venas, recorría la sangre pastosa y envenenada.
Procuró ponerse de pié sin abandonarse a ninguna expresión húmeda de dolor en el rostro. El cambio de nivel repercutió solamente en las sombras, éstas se hacían cada vez más opacas y amplias; demasiado amplias, demasiado oscuras para el atardecer hostil que espiaba de frente. Los pasos nuevamente, la batalla en medio y a causa del inevitable desplazamiento. Para no llegar nunca, para no estar en ningún lado, para perderse en la atmósfera de tristeza que aguardaba ante sus días.


Analía

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