21.3.07

Las consecuencias se hicieron ostensibles.

Las consecuencias se hicieron ostensibles, tu cara en una vociferación ahumada de contemplaciones a-lógicas, un semantema flotando en un cubículo con diplomas y el humo que tiende hacia el reflector que voltea como arisco, como desaprobado por unos ojos que no lo quieren ver. Son cuatro ojos que no lo quieren ver, y es todo un reflector el que atrae con su elucidación la platea de conformidades en el contexto del confort habitacional, en la recámara del no-mundo que pide con clemencia la traba de una puerta, trabar la puerta con una escultura-en-potencia, el arte como propósito, como intención nunca provista de acciones prácticas, ni de hechos que lo realicen de una vez por todas, en una vez que contiene todas sus conclusiones necesarias, sus argumentos que justifiquen un humo que tiende a la luz, presión anormal, situación onírica y dioses de cosmogonías diversas.
La puerta se vuelve un poco más pared, si vale el adjetivo, un promisorio ocio que nos ve desde arriba y a vos que no te puedo creer, no te salvás de la alteridad, pero como tal.
La alteridad, esa que se hizo práctica a través de un poco de teoría impuesta y europea, no se condice con el intercambio que aplaude, el que se sobresale de mi entidad y no vuelve, no quiero que vuelva...
Vacío de un panteísmo que no sirve, se atacan las pocas reservas que quedan y se desayunan entre sí casi como evitándolo. ¿Evitar qué?
Una cortina devuelve ese azul que sabés y te denota, te dibuja de un lado, y se acabó. Eso de venir desde un desierto, no te queda, te esfumás en la arena y después se toma en consideración, se pone a disposición de la justicia personal, unos eufemismos que nos muestran veloces a la hora de encarnar un personaje y después no.
Verás un azul ni bien termines de ver esto, un azul lóbrego, inestable y hasta claro, te diría...
No temas... ya se va...

Sergio A. Iturbe

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