1.4.07

Claroscuro oscuro claro.

Se levantó en un anonimato que se perdía en donde mirara. El colchón le era ajeno como simplificando el desconocimiento de toda la habitación, quizá era una sinécdoque de la ignorancia acerca de su situación espacio-temporal, pero con la falta de esta ubicación le hubiera resultado difícil cualquier tipo de manifestación motriz, cuestión que lo mantuvo en su lecho mientras se entusiasmaba en el posible reconocimiento de aquel lugar.
A veces se perdía en alguna cosa que estuviera colgada de esa pared abigarrada de calamidades estéticas, manchas de humedad combinadas con adornos dorados y extemporáneos.
En esta búsqueda, se empecinaba particularmente por encontrar la puerta, o al menos una ventana, que le devolviera un poco de información acerca de cómo había entrado a la habitación en cuestión.
La pared no podía dosificar de esa manera la luz violácea que dejaba pasar -en un cúmulo de preguntas acerca de los materiales de los cuales estaba compuesta-, pero lo hacía permanentemente, sin horas ni movimientos de sombras. Luz inmanente, pareciera. Saliendo de una superficie maciza e impermeable a los fotones, también pareciera.
Pero si es así, ¿por qué mierda dejó entrar la luz, despotricando contra lo que él pensaba acerca de las paredes con respecto a su intransigencia fotónica?
Se llevaría bastante bien con esa pared, con esa impermeabilidad, a menos que siguiera iluminando a pesar de la fotofobia consuetudinaria.
No podía pasar otra cosa: romper todo, dejar bien en claro que el orden, las cosas puestas paralela, perpendicular, u oblicuamente -a 45 grados- es una cosa muy cultural, una dualidad que no se corresponde con la multiplicidad, la materia en su forma correcta, que no paga la "hybris" de no ser una luz ni dos ni tres, sino todas. Y ninguna.
Ningún "algo" saltaba a la vista, salvo el hecho que nada saltaba a la vista. Nunca nada salta a la vista, nunca nada se empeña en dejar de mostrarse, como en una epopeya de existencias sensuales, perpendiculares a lo que sería la materia de lo que están compuestas, hilemorfismo que se contempla con categorías melodramáticas.
Luego visitaría uno a uno los rincones de su tempestad cognitiva, se despreocuparía de su interioridad separada de las cosas ajenas, y se propondría una homologación conceptual con el entorno. Vaciaría las prerrogativas, las lavaría de sus contentos vítreos y las dejaría secar a la luz de la inmanencia de aquella luz que no venía de ningún lado. Lo raro de la luz sin su correlato sombrío, es justamente eso: tener un correlato sombrío justamente cuando no hay sombras a quienes echarles la culpa, nada de imputabilidades metafísicas que descansen en una petición de principio. Eso mismo: echarle la culpa de pedir un principio, la culpa de no secarse las lágrimas para volver a llorar por la falta de puertas y de ventanas, "petición de aberturas", la llamaría si me pidieran conceptualizarlo de alguna manera.
Lo que queda es llorar hasta cansarse y hacerse amigo de esa habitación, husmearla centímetro por centímetro hasta quizá prefigurarse que el infierno no son los otros, sino el hecho que estén al lado, quizá tocarlos, besarlos, morderlos y sacarles un pedazo ensangrentado, y aun así, saber que las cosas no vienen por ese lado...
Las cosas no vienen de ningún lado ni van hacia ninguna parte, y menos cuando la luz es la verduga de la soledad que se hace independiente, panteísta y correlativa a otras soledades que no se tocan.
La sangre, el calor del otro, muchas veces podrá distorsionar nuestras teorías solipsistas, pero andá y decile a este tipo que piense en otro, que se piense como un otro, a ver qué te dice...


Sergio A. Iturbe
01/04/07
(¡La puta, hay cábala triádica hasta en la fecha, me cago en la dialéctica hegeliana!)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Claroscuro con sin sombra, implacable catarata de soledad; más angustia conlleva el verla (por mi parte, la veo bien violeta). Las puertas, los principios de abertura -muy bien definidos, por cierto- suelen escurrirse por otras partes menos densas, pero no por ello menos solipsistas que otras partes.



Todo esto me hizo recordar a Sofía.



Ana.