10.9.07

Las predisposiciones de una hamaca de plaza.


Hay hamacas que dicen cosas, vaya que las hay. Pese a que las hamacas se relacionan con los domingos, termina pasando que ya es un día de semana y su significación parece trascender las falaces categorías temporales.
Hay (¡ay!) lo que parece ser una incipiente familia: hijo mayor de unos seis años, el otro de cuatro (tres, quizá). Sus padres no escapan de sus sombras, porque el cuidado suele ser una cadena imprecisa que se altera en la precisión institucional.
Hay maneras de demostrar que el que ocupa la hamaca en este momento es el nene menor. También hay formas de demostrar lo contrario; pero no es éste un tratado metodológico para sofistas.
La madre es la que esperaempujaeyecta la hamaca en un vaivén signado por el tedio y el hastío. (¡Qué aburrida es la física newtoneana!)
Si bien en la madre hay una espera pendular e intermitente, los que cumplen la función actual de la espera son el padre, que contempla lacónico y de reflejo un movimiento que le es ajeno; y el hijo mayor, conspirando contra todo tipo de estabilidad recomendable.
Si alguien osara cruzar el límite que proporciona la moral teórica -y nunca practicada-, las epopeyas metropolitanas se tornarían agrias y hostiles, y los corolarios dejarían mucho que desear incluso en un infierno calvinista (por predeterminado).
Al imaginarme tamaño sistema -el de una familia asistiendo a la moral consideración de que ir a la plaza un domingo es lo más puritano de que se dispone- no puedo más que repudiar la insensata intención estructuralista de fijar un logos en un lenguaje: vacua intención de anonadar el sonido chirriante de la hamaca con su disposición espacial -no temporal, no- y, al final, "hamaca" con su "h" displicente, su cadencia árabe, su moralina fónica y sus vocales que harían pensar en un silogismo perfecto-universal-universal-universal.
BARBARA.
Toda hamaca es una "hamaca".
Toda "hamaca" es una hamaca.
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Toda (")hamaca(") es una (")hamaca(").

Al hijo mayor no le queda más que distraer al padre, para que, a su vez, distraiga a su madre, la cual deje de atender al menor, que ya está cayendo en el más polvoriento y erosionado pozo perpendicularmente-sub-hamaca.
La madre no alcanza a sujetarlo, a frenar al cuerpo que con velocidad mínima pero suficiente caerá dorso-occipitalmente sobre una piedra volcánica.
El estrépito mortal, el sonido seco (como la tierra que besa) de la podredumbre que se avecina en la soledad dorso-epitafio, los gritos de madres empatizadas y ambulancias rutinarias que se avecinan en la rectitud de una avenida traficada.
Nada de esto supera las expectativas de una muerte, cosa que su hermano mayor alcanza a comprender, al momento que corre al menor de la tierra oscura que le fue destinada, se aferra a las cadenas, se sienta en el despojo lúdico y se hamaca jovialmente, no sin mirar desinteresadamente las prácticas reanimatorias que una vez más pasan desapercibidas en el marco de una plaza dominguera.

Sergio A. Iturbe
10/09/07

4 comentarios:

Gabriel dijo...

Te das cuenta, de tu autentica situacion de sadico oportunista... ; sos vos, en quien recide este deseo por la fatalidad atroz, por la complicidad de lo satanico y poco benevolente acto de envidia y sarcasmo epistolar...

to hell you drive your soul and bones... fucking kantiano¡'

Petra von Feuer dijo...

"Un día dieron una ración de chocolate. Hacía mucho tiempo -meses enteros- que no daban chocolate. Winston recordaba con toda claridad aquel cuadrito oscuro y preciadísimo. Era una tableta de dos onzas (por entonces se hablaba todavía de onzas) que les correspondía para los tres. Parecía lógico que la tableta fuera dividida en tres partes iguales. De pronto -en el ensueño-, como si estuviera escuchando a otra persona, Winston se oyó gritar exigiendo que le dieran todo el chocolate. Su madre le dijo que no fuese ansioso. Discutieron mucho; hubo llantos, lloros, reprimendas, regateos... su hermanita agarrándose a la madre con las dos manos -exactamente como una monita- miraba a Winston con ojos muy abiertos y llenos de tristeza. Al final, la madre le dio al niño las tres cuartas partes de la tableta y a la hermanita la otra cuarta parte. La pequeña la cogió y se puso a mirarla con indiferencia, sin saber quizás lo que era. Winston se la quedó mirando un momento. Luego, con un súbito movimiento, le arrancó a la nena el trocito de chocolate y salió huyendo.
-¡Winston! ¡Winston! -le gritó su madre . Ven aquí, devuélvele a tu hermana el chocolate.
El niño se detuvo pero no regresó a su sitio. Su madre lo miraba preocupadísima. Incluso en ese momento,pensaba en aquello, en lo que había de suceder de un momento a otro y que Winston ignoraba. La hermanita, consciente de que le habían robado algo, rompió a llorar. Su madre la abrazó con fuerza. Algo había en aquel gesto que le hizo comprender a Winston que su hermana se moría. Salió corriendo escaleras abajo con el chocolate derritiéndosele entre los dedos."

Anónimo dijo...

SOS UN HIJO DE PUTA! MUY BUENO!
Al principio fue una especie de efecto dominó: la historia lleva y lleva a leer como en una especie de crónica descriptiva una repetición, una rutina familiar. Pero al final, un remolino tira todas las piecitas del dominó(go) y se produce el acontecimiento (más) sorpresivo: el acto de hamacarse del mayor disociado afectivamente de TODO. Quizá esté en shock, quizás no.. etc

Damned Poet dijo...

Con-a-cuerdo con Gato: El epicentro está en el hermano mayor que ve, más allá de la insoslayable muerte del hermano menor, la oportunidad irrepetible de tomar la hamaca que tal vez le correspondiera y tal vez le fuera arrebatada, y que en todo caso se le presenta asequible. Casi se lo ve contento, en el pendular movimiento que lo refresca.
La muerte del otro no es innecesaria. Sin la prohibición ética de tomar la hamaca del muerto, ho habría morbosidad, sin morbosidad no habría en la hamaca de plaza más que la rutina vaivénica de sus predispocisiones.