5.6.08

Trece


I

La curiosidad me puede. Nada que hacerle.
Eso de tener previstas ciertas formalidades para poder actuar de manera correcta me tiene sin cuidado. Lo puede decir cualquiera que me haya rozado, cualquiera que haya sido víctima de mis deslices manifiestos, algo así como lo contrario a un pánico escénico. Quizá una desinhibición sarcástica que se dispara ante las multitudes. Odio las multitudes.
Tiene algo de masoquismo, porque soy una persona esencialmente tímida. Cuando mi propia voluntad es la que dispara tales vociferaciones de desaprobación ante una estupidez manifiesta, me descubro, para mi recurrente asombro, falto de vergüenza. Los girasoles heliotrópicos –valga la redundancia- se concentran en cierta luz autónoma generadora de ridículo: siempre se dan vuelta para verme. Siempre.
Sic semper tyrannis.

Nunca miro al auditorio, nunca lo considero ni siquiera en calidad de interlocutor: sólo me limito a hablarle al que corresponda. Pero esta vez, no.
Estaba hablando, si mal no recuerdo, de lo que representaba la inexistencia del segundo viaje de Colón, a propósito de un absurdo de no-consecución numérica en Macedonio Fernández(1). El chiste está en saltar del uno al tres sin más. No es una crítica historiográfica. Idiotas.
Me di vuelta maquinalmente, como para corroborar cierta evasión activa, como una omisión de la generalidad heliotrópica (girar en sentido de la luz racional, malditos ilustrados). Toda su cara me miraba. Sus ojos no. Ni siquiera el consuelo de los ojos fugaces que por reflejo evaden el contacto. Nada. Se hubiera dicho que nunca me había mirado.
Considerando el desborde consuetudinario de su conducta, olvidé el resto de lo que iba a decir. Me senté en un acceso de automatismo jesuita, sin dejar de mirarla. De pie. Sentados. De pie. Sentados. Código binario. Sí, no.
Zapatillas blancas sin medias, jean celeste, remera blanca con alguna estúpida inscripción en inglés mal construido invitando a la reflexión.
Hasta ahora, nada raro.
Aunque su tez contrastaba con su remera, no dejaba de ser pálida. Su rostro era más pálido aún. Diríase que nunca había tomado sol, ni siquiera por reflejo hídrico. Blanco azulado. Thánatos.
Sólo veía la mitad exacta de su cara: la otra estaba oculta cuasiherméticamente detrás de su pelo negro. Aunque la densidad capilar era la normal, aumentaba en una actitud huérfana de naturalidad justamente en la mitad derecha de su cara. Su nariz oficiaba de terminación ergonómica, yuxtapuesta al pelo que caía en línea recta hacia abajo. Ningún intersticio atentaba contra el pudor de lo desconocido. Ni siquiera la sorprendía en un movimiento brusco que hiciera que el pelo se alejara lo suficiente de su piel como para denotar el hedor de esa ausencia.
Su mirada era penitente, como si estuviera condenada a mirar lo que su respiración flagelaba en el blanco absurdo de su cuaderno de apuntes.
Era la última en llegar y la primera en irse. Siempre. Nadie la conocía, no hablaba. Sólo se sentaba con su lapicera, golpeando esporádicamente y sin ritmo la superficie eternamente cándida de la hoja. De vez en cuando miraba hacia delante, y con miedo rencoroso volvía a la actitud acostumbrada. Huía del contacto, en todos sus géneros.
Ya en el colmo de mi incertidumbre, me prometí hablarle en cuanto viera el asomo más mínimo de cambio en su rutina. Como no hubiera esperanza de esto, obvié el requisito.
Esta vez, salió quince minutos antes. Al ver esto, agarré mis libros y cuadernos, y corrí detrás de ella. Parecía correr caminando. Todo en ella era reservado, su intención parecía la invisibilidad.
“Disculpame”, casi le grité. Creo que me escuchó, porque dio un imperceptible salto, pero siguió como si no existiera. Ni ella, ni yo. Corrí y la alcancé, interceptándola y poniéndome frente a ella, cara a cara. Al frenar para no chocarme, su pelo condescendió con la inercia, rozándome con cosquillas de crema de enjuague, aunque yo estaba de frente y no sirvió de nada. El pelo volvió adonde siempre.

II

Cuando habíamos caminado dos cuadras, ya me había acostumbrado a su olor, que me repugnaba en hálitos intermitentes y concomitantes al ir y venir de la brisa que se hacía autónoma e isócrona.
A medida que nos introducíamos en el microcentro, su incomodidad iba aumentando y ponía excusas para deshacerse de mi presencia. Sus excusas no tenían la calidad de una persona esquiva, por lo que no tenían éxito debido a su inverosimilitud.
Aunque adiviné sus intenciones, me empeciné en seguirla hasta su departamento, autoinvitándome a tomar un café. Por qué no.

III

Subimos ayudados por el ascensor, provisto, salvo en lo que concierne a la puerta, de espejos posibilitados por el acero inoxidable. Piso trece. Hice una broma con la Nada y con los edificios de Estados Unidos(2). Un no-lugar.
El departamento estaba limpio (cosa que puso al descubierto su excusa) y constaba de una cocina, un baño, una habitación y un living.-comedor. Todo, menos la cocina y el baño, tenía piso de madera.

IV

Menos mirarme, lo que sea.
No tardé mucho en acomodarme en un modesto sillón de cuero negro que no condecía con el estilo más bien minimalista del departamento en su conjunto. Un minimalismo por falta de muebles, más bien. Por defecto.
Estaba anocheciendo y la insté a que apagara la luz.
Se sentó a mi lado, en silencio.
Era una invitación, más que un silencio.
No sé describir la diferencia.
Comencé a conocer su lado derecho con la boca.
El pelo, la censura, ya no era tal. Era sólo pelo.
Metí la lengua en la cuenca vacía de su ojo derecho. El párpado no conservaba su convexidad, y caía más bien como un clítoris cutáneo. Logré llegar al fondo de la cavidad: era como una boca desfasada y delimitada por labios-pestañas. Al hacer algo de presión, empecé a jugar, llevando de un lado a otro lo que sería el remanente del nervio ocular, provocándole consecutivas convulsiones que arqueaban su cuerpo y hacían rechinar los resortes del sillón.
Había una dureza en el extremo del conducto, que se fue ablandando con el movimiento, mimetizándose, pasados unos minutos, con el contexto suave y aséptico de la cavidad en general.

V

Perseveré hasta que su respiración, otrora discreta y suave, se violentó.

VI

Nunca prendimos la luz.

VII

A mitad de la noche, me levanté a buscar agua a la heladera.
Ella dormía.
Escuchaba su respiración ir y venir a través del living.

VIII

Cuando abrí la heladera, pude escuchar el silencio.

IX

La luz de la heladera la iluminó a mi lado. Estaba parada, con el pelo recogido, ostentando una simetría algo más perfecta que la del hemiocultamiento.

X

Me desperté antes de que amaneciera y me fui, sin prender la luz.

XI

No me gustan las despedidas. Nunca me gustaron.

XII

Algo me molesta en la boca: es una pestaña.

XIV

Qué asco.


Sergio A. Iturbe
11/02/08

(1) El autor se refiere a “La nada de un viaje de Colón”, cito en Papeles de Reciénvenido, de Macedonio Fernández. Todo el libro está escrito en tono humorístico, por lo que parece irrisorio que un auditorio completo se empecine en otorgarle status historiográfico. Aunque a veces…
(2) Al ser Estados Unidos un pueblo sumamente supersticioso, los edificios suelen adolecer de la falta del piso decimotercero a fin de ahuyentar la mala suerte en la construcción y éxito inherentes. Podría estar esto emparentado con la nota 1 y ser el aporte del autor a “La continuación de la Nada” de M. F.

8 comentarios:

me llaman Flor dijo...

No pude evitar imaginarme todo, sobretodo por el hecho de saber quienes son los protagonistas y por el tono TAN propio tuyo de la narración.
Eso sí, debo admitir que me sorprendió, nunca imaginé que tu imaginación llegara a ese extremo, como pa' no traumarse. Pero sí, no lo voy a negar, es buenísimo.

PD: la chica me encanta pero sea quien sea nunca metería la lengua en la cavidad de un ojo, menos si tiene olo a podrido.

Damned Poet dijo...

Hay una facinación por lo (iba a decir morboso, pero no es eso) impúdico, por lo moralmente idecible, que remite en dos otres sinapsis derecho hasta Poe. Por supuesto, en los Estados Unidos de Poe (uno en el que los pisos trece no dan miedo por imposibles), lo moralmente idecible era otra cosa: comer cadáveres, mantenerse en el umbral de la muerte mediante el sueño en una podredumbre estática (y por qué no extática), etc. El morbo no llegaba al sexo porque el sexo ya era morbo per sé.
Pero hay otra cosa. El morbo deliberado es poner a prueba al lector, es decir yo que escribo puedo decir estas y otras barbaridades que ni-te-imaginás; pero por cuestiones de verosimilitud literaria, hacemos como si los dos lo padeciéramos igualmente (yo Poe sufro tanto con el horror como vos que leés). Acá se da otra cosa: el narrador no quiere padecer
junto al que lee. La misantropía galopa libre y quiere alejarse de todos (el lector, los personajes, el morbo). Padecí estos horrores, pero a ustedes qué les importa, el asco fue mío. Pobrecito.
Está mejor que el anterior, dicho sea de paso.

Serj Alexander Iturbe dijo...

Lo que decís, D.P., pareciera ponerme en cierta intencionalidad de la que adolezco.
Casi nunca -o nunca- el lector está presente como un "alter", juez, ni como condición de posibilidad de la escritura, del instituirse-ahí como autor.
No creo que haya misantropía en una primera persona, al margen de que el personaje odia las multitudes.
Y sí, está mejor que el otro, como te decía.
La razón por la que todavía no lo había publicado era que me dejaba incómodo, había algo que no me gustaba.
Lo peor de todo es que eso lo flasheé, no como autor, sino como personaje.
Qué asco.

Grado Cero dijo...

Muy bueno, me gusta que haya ausencia de luz en el relato, no de la escritura que brilla como la luz precisa de la heladera.
Saludos!

Maria dijo...

Me gusto la historia. Pero, no puedo evitar, niño blog, ponerme en el papel de lectora inconforme. Sepa disculpar.
Noto cierta dureza en la narración...como estar por llegar, pero no.

Saludos, aire y más aire.

Serj Alexander Iturbe dijo...

¿Cómo es eso?
¿Me estás diciendo frígido?!
Ahhhhh!
Es que de alguna manera es una historia incípida, pero tiene que ser así, los personajes no pueden ser el summum de oscuridad todo el tiempo...
Hay veces que tengo que ceder, con Jack Nicholson...
En fin...
Qué le vamos a hacer.

Unknown dijo...

Lolita?

Serj Alexander Iturbe dijo...

No, no.
No es Lolita.