5.4.09

Nolo contendere


"Una cosa es escribir; otra, recordar." (Charles Bukowski)

Admito que tengo que hacer un esfuerzo para recordar los pormenores , aunque quizá sea una puerilidad pretender elucidar la historia de estos ancianos y sus lentos paseos matinales...
La primera imagen que tengo data de mi infancia, cuando andaba en bicicleta a través de las lajas negras desniveladas por radicales tentáculos subterráneos. Los veía sentados en el mismo banquito todos los días, sarpullidos de leves y umbríos destellos.
Un día, a eso de las cinco de la tarde, tuve que caerme de la bicicleta para esquivar un mosaico que me hubiera tirado de todas formas. Justo al frente se encontraban ellos, que se agarraron la cabeza melodramáticamente, saltando del banco de plaza para socorrer un posible llanto que, por lo demás, creo que se justificaba, mientras desprendían ese olor tan característico cuya solemnidad descansa en una simple yuxtaposición de naftalina y crema hidratante.
Tengo que decir que la exageración de estos ancianos hizo que llorara desconsoladamente. En esa época contaría con cinco años, aproximadamente. No recuerdo haber llorado en otra ocasión...
¡Pobre viejo!, exclamó el octogenario mientras me levantaba y me sacudía la rodilla lastimada. No sé por qué afán de protección potencial, la vieja sacó de su cartera floreada un frasco de Merthiolate cuando todavía era un líquido ocre oscuro que olía a lastimadura y a lágrimas. Acto seguido, destapó un tarro de gasas esterilizadas y, tomando una de ellas, la plegó en cuatro y la sostuvo en la herida hasta que una cinta de papel fijó el apósito.
Mientras, el viejo me secaba las lágrimas.
No es nada, no es nada, ya pasó.
Desde ese día, empecé a saludarlos y ellos me llamaban a su lado para regalarme caramelos Media Hora, patente exageración nominal, siendo que me duraban menos de cinco minutos en la boca.
Como vivían a media cuadra de mi casa, siempre los veía pasar lentamente, arrastrando un carrito bastante enclenque de dos ruedas (estructura metálica y tela escocesa de un verde que no he visto en ningún otro lado). Desde mitad de cuadra a la esquina, donde estaba la verdulería, tardarían quince minutos, y no es que exagere.
Sigo sin entender la adicción a las verduras que tiene la terdera edad. Tampoco la propensión a los carritos, a los caldos y a los "noticiosos", como suelen decir.
Por lo que supe después, nunca habían tenido hijos y yo era el que venía a llenar el espacio de la consecuente ausencia de nietos, para su diversión (y quizá fuera un simulacro póstumo de utilidad, quién sabe).
Mientras pasaban los años, tanto los ancianos como yo dejamos de frecuentar la plaza: el Nintendo me mantenía paralizado frente al televisor mientras los problemas de circulación los atornilló a sendas sillas de ruedas, a las que se sumaban gangrenas progresivas que le habían costado la amputación del pie derecho del viejo.
Así y todo, los seguía visitando los domingos a la tarde, ocasión en la que la anciana sacaba una caramelera de cristal cortado y me acribillaba con los litúrgicos caramelos del relojito que hedían a naftalina o era el capricho de su forma lo que ayudaba a que lo identificara.
Ante esta actitud de movilidad extrema -teniendo en cuenta su situación- la mujer que oficiaba de enfermera amonestaba -diría que más de lo necesario- su falta de obsecuencia médica con respecto al reposo minucioso que debían guardar, tanto ella como su esposo.
Luego supe que no era una enfermera, sino una joven de la iglesia que los ayudaba día de por medio motivada por esa piedad interesada que implica toda religiosidad, trayéndoles verduras y folletos eclesiásticos en cantidades análogas.
Desde que apareció la "enfermera", don Gauna, que así se llamaba el viejo, empezó a sentir una molestia, ésa que aparece cuando la autosuficiencia abandona a la ancianidad para depositarla en aparatos sofisticados y otros no tanto. Creo que fue este hecho lo que aceleró su envejecimiento, dado que sus ojos dejaron de brillar al verme aparecer los domingos.

Puedo solo, puedo solo.

Estoy cansado de molestar.

A veces, mientras don Gauna decía esto, veía a su mujer a través del pasillo. Nos miraba con turbación, con desesperación.
Después, fijándose en las ruedas de su silla, seguía el camino a su habitación y un sonido anunciaba su renuncia a dicha situación, a nuestro complot.
Una mañana -serían como las seis- oí un infierno de sirenas y alarmas que se concentraron a lo largo de la calle.
Maquinalmente me vestí y salí a la vereda, corriendo hacia la casa del matrimonio Gauna.
Dos ambulancias, recortadas en un amancecer rojizo aunque brumoso, y un móvil de la policía local enmarcaban la casa. Tuve un escalofrío. Todavía lo siento...
Los oficiales trataron de bloquearme el paso, que es para lo que están entrenados, pero me colé entre ellos, crucé el pasillo y me tiré contra el picaporte, abriendo con violencia la puerta de la habitación.
Ahí estaban los dos, tomados de la mano. Manos acribilladas de pecas, piel tensa y brillante, tendones salientes de un color violáceo.
Entre ellos, juro que lo sabía de antemano, había una bolsita de caramelos -los de la forma de naftalina- con una nota que decía "Nicolás".
"Nicolás"
es mi nombre, creo que está de más decirlo.
Les comuniqué mi identidad -para poder ver la nota- a los oficiales que trataron de sacarme del dormitorio. Cuando logré que me la dieran, desplegando el papel, pude ver lo que decía:
"El secreto es no morderlos. Don Gauna."
En ese momento, oí la conversación entre un policía y un periodista:

-
No querían molestar más. Esto es muy frecuente en su situación -dijo el oficial-.
-Esto parece un cuento, una novela. Literatura... -respondió el periodista-.
-¡¿Cómo?! Deje de hablar humedades. Esto no es literatura. No se lo permito -replicó el paladín de la ley.
- Lo que no es literatura permanece callado -dijo el cronista, mientras agitaba el papel escrito por don Gauna.

Tenía razón.
La nota, digo.

Sergio A. Iturbe
16/01/09



10 comentarios:

me llaman Flor dijo...

Che, se va muy a la mierda. Me gustó mucho, y no sé si el hecho de que esté comiendo un caramelo media hora (que por más que lo deje en el cachete lo más quieto posible se acaba antes de la media hora)hizo que me gustara más todavía.

Almafuerte dijo...

Impresionante. Todo aquel al que algun abuelo (aunque debería decir "algun viejo" solamente) le dio caramelos de pendejo se sintió tocado. Bien logrado.

Unknown dijo...

Su texto me ha dejado buen sabor de boca. El frontis del blog es una demostración de agudeza y sentido del humor. Usted es digno hijo de su padre.
Lo invito a visitar mi templo.

Saludos.

Unknown dijo...

Siga atentamente las siguientes entregas de mis memorias. Si está atento, podrá enterarse de cómo nos conocimos con su padre en vísperas de la caída del archiduque Fernando. Dígale que el reloj de mi torre anda medio-medio que si se puede hacer un llegue. Hace mucho que no lo veo y se extraña discutir sobre historia del arte y la guerra con él. Realmente, es una de las pocas figuras de consulta que valen la pena en la actualidad. La semana pasada- jueves- estuve sentado tres sillas detrás suyo en la clase de la Terese Mozejko y casi lloro por la forma que destruyen los jóvenes intelectos de forma sistemática. Habiendo gente como su progenitor, verdaderos homo universalis a la manera renacentista, se obliga a gente como Ud a que vaya a perder el tiempo en los claustros de bajo consumo. En fin, como le decía, dígale que pase por lo del reloj y por una pintura flamenca de la alta edad media que sé él sabrá restaurar. Y si es tan amable, me gustaría obtener el número de Florencia chorro de sangre con super poderes, la rubia que comenta más arriba.

Bendiciones.


PD: Ud es el primero en saberlo, se viene una universidad como Dios Manda, la Universitas Vorkodensis Tucumanae. Coming soon.

me llaman Flor dijo...

uf!

Petra von Feuer dijo...

Te has tejido una red de naftalina negra para atrapar nostalgias. Cuelga encima de tu cama, impregnando la habitación con aroma a estrellas de anís caramelizadas entre un gramo de menta.

Casi como ese olor que siempre aletea desde la ropa anciana...

Serj Alexander Iturbe dijo...

Seh...
Se me pega cada cosa...

Petra von Feuer dijo...

Emmm...

Creo que definitivamente tendrías que leer el libro de Ellis que estoy deglutiendo ahora.

Paz dijo...

Y tenía razón el cronista (no se si también porque detesto los media hora). Bueno, ud. ya sabe eso.
Yo considero que estas historias son las más difíciles de contar, porque requieren de mucho, mucho de uno mismo. Porque si volvemos a estos temas hay que hacerlo bien, queremos ser fieles a la nostalgia. Y eso es difícil, creo.

Jus beautiful.

Saludos.

Serj Alexander Iturbe dijo...

Pero muchas gracias.