27.3.10

La continuidad de los parques







































[Fotografía: Florencia Aizenberg. Modelos: Guadalupe Espinosa, Marco Demicheli, Segio A. Iturbe. Historia: "La continuidad de los parques" de Julio Cortázar, adaptada y modificada].

La continuidad de los parques. (De Julio Cortázar).
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.






26.3.10

Take a walk on the wild side (Reseña crítica de Otras Muertes) por Natalia Torres.

En los campos de concentración alemanes, la leyenda “Arbeit macht frei” que lucían los portones de entrada funcionaba como el “Abandonad toda esperanza” que adornaba el umbral de entrada al infierno descrito por Dante. Y, en el blog Otras muertes, que lleva adelante Sergio A. Iturbe, la foto del encabezado, que precisamente muestra uno de aquellos portones, la frase no es fortuita: los cuentos cortos que el autor publica allí tienen como inspiración las zonas más ásperas del espíritu.
Provocador, Sergio busca siempre la reacción extrema en el lector. Es seguro decir que nadie que lea sus relatos podrá encabezar su opinión con cualquier tipo de expresión de duda. Acá no valen los “eeeh” ni los “mmm”, sólo la repulsión, la aguda risa cínica, la sumergida de cabeza en las sombras de la nada y la profunda perturbación.
El escritor trabaja en pos de estas reacciones colgándose de varias líneas que van dibujando su estilo personal. Así, por ejemplo, la torsión de la idea de la inocencia infantil aparece en relatos como La inmoralidad de los parques o El sueño de los justos, donde la aparición de una debilidad aún inferior a la de ellos mismos hace nacer el sadismo en los niños. Por otra parte, textos como Kornilova y Argumento alumbran otro eje dual: el de los cuerpos sometidos al dolor físico, y el de las mentes que navegan en la incertidumbre del vacío, dos presiones que encuentran en esos relatos sendos escapes viscerales (aunque con diferentes resultados).
Pero quizás esta enumeración de círculos infernales pueda dibujar la idea de un blog demasiado solemne. Nada más lejos de la realidad. Es que Sergio nunca, jamás, deja de lado una buena dosis de humor corrosivo lo cual, en fin, termina redondeando un efectivo descenso a las zonas cavernosas de la mente… pero sin poder evitar materializar en la cara con una salvaje torsión de los labios, la risa del que abandonó toda esperanza.