Seguimos sin hablarnos.
Nos miramos en la oscuridad. Pero nada más. Algunos reflejos, algunas simetrías.
Nos ocultamos al mismo tiempo.
Intuyo que al no mirarlo, la evasión se hace recíproca. Como espejos enfrentados.
Hoy entré en la habitación y me miró. No soporto el peso de sus ojos, su mirada errónea. Alguna mueca sin empatía. Siempre igual.
Si hablamos, nos solapamos, pero eso nunca pasa. Como el silencio: nunca se dice nada.
Finalmente, una iluminación. Un fulgor intermitente. Luz fluorescente.
Toma una afeitadora y desangra su patilla. Me mira. Un gesto ridículo.
Seguimos sin hablarnos. Como pasa con los espejos.
Sergio A. Iturbe
02/04/10
3 comentarios:
Perfectísimo. El infierno son los otros, pero no en cuanto a "otros" sino todo lo contrario: en cuanto a semejantes.
no lo había pensado así, en cierto sentido me hizo acordar a algunos relatos de Espejismos (creo que así se llama, el de Di Benedetto), pero con una cuestión más de exquizofrenia, de la propia mirada, no estoy segura.
Me encontré el blog por casualidad y seguí leyendo.
Y voy a sequir leyendo.
Y seguiré leyendo.
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