24.12.10

El presidente


“Se necesita señorita de 18 a 25 años. Excelente presencia. Para tareas administrativas en reconocida empresa.”

Después, un número de celular.

Éste era el anuncio que, si uno se atreve a investigar, apareció todos los días a lo largo de diez años desde principio de siglo, aproximadamente. No sé si en algún momento dejará de publicarse.

Era cierta la necesidad, era cierta la edad requerida, era cierto que la empresa era reconocida. Lo que no era cierto –es evidente en todo anuncio de tales características- era la competencia administrativa que resultaba necesaria a los fines empresariales.

El presidente de la empresa, que rondaba los treinta y cinco años, prescindía minuciosamente de su oficina, de la secretaria, del intercomunicador, hasta del teléfono.

Toda esta parafernalia se ponía en escena sólo para satisfacer sus más variadas fantasías pornográficas, no ya sexuales. La lámpara, el pisapapeles, el lapicero, eran excusas para tirar todo a la mierda en el momento en que la secretaria se arrodillaba debajo del escritorio, o cuando subía su pollera y, agarrando el tubo del teléfono se rozaba el clítoris, con esos lentes cuadrados sin marco. Digamos que era la reproducción interactiva de una porno de las que abundan, de las que no tienen argumento.

La empresa, en rigor, sólo administraba campos, tarea que no hacía, de hecho, el presidente de la empresa. Ningún presidente de ninguna empresa hace nada. Está claro.

El tema era que las actividades durante la semana consistían en seleccionar personal competente. La competencia, según una etimología que había acuñado él señor presidente, era la capacidad de hacer una mamada entre dos. Com-petencia, decía, levantando un dedo y señalando el techo.

Nada de esto tenía que implicar necesariamente que su mujer supiera a qué dedicaba su tiempo, pero la otra cosa que hay que saber de los presidentes es que en ningún caso sus esposas tienen la más remota idea acerca de qué se trata el puesto que desempeñan, o es lo que él pensaba.

El anuncio en el diario podría haber sido perfecto, sí, pero donde se explicitaba la excelente presencia de las aspirantes hacía que las chicas más inseguras pintaran sus labios, lo que aseguraba la distribución más o menos uniforme de rouge a lo largo de la pija del ejecutivo. Y si hay algo que una mujer nota, por más estúpida que sea, es el rouge en la pija de su marido. Incluso en la oscuridad, mirá lo que digo.

Sin embargo, guardó silencio. Guardar silencio, agregamos, es otra aptitud de las mujeres de los presidentes.

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Un hermoso día de primavera, y porque las cosas suceden en desacuerdo perfecto con la meteorología, el presidente sufrió un ACV arriba de su caballo Babieca, en el hípico del country. Según el médico, el accidente podría haberse sorteado con rehabilitación. Eso si la caída del caballo no hubiera producido la fractura de la médula espinal a la altura del cuello, claro.

A partir de ese momento, todo cambió. No es para menos.

Todos sus amigos se acercaron a la protoviuda a dar las condolencias o, para hablar más sinceramente, a asfaltar el camino que lleva a coger con ramas de un árbol caído. Ella, sin más, mostró el fiambre vivo que era ahora su esposo, sujeto con lo que parecían arneses de la silla de ruedas.

Con los amigos más allegados, pasado un tiempo, hacía chistes pavlovianos de distintos tipos. El más común era la sabida “erección en primer grado”. Era muy simple. La esposa, que tenía unas piernas perfectas, subía su pollera, poniendo una de ellas, sin medias, sobre la silla. Flexionándola a noventa grados, marcaba sus gemelos, haciéndolos subir y bajar mientras se daba la vuelta para sonreírles con complicidad. La erección no tardaba en ocurrir. Los amigos reían, suponiendo, como ella les había dicho, que el daño era cerebral y que no había conciencia en ese cuerpo conectado a un respirador artificial. Ese sonido, ¿escuchás?, es el respirador, el que entra en su cuerpo por la tráquea. Suponían, además, que en privado ella se encargaba de vaciar a su marido, mientras él miraba fijamente.

Mentira. Todo mentira.

Su estrategia era un reloj. Una perfección. Da gusto saber que existen personas tan inconscientemente sabias, meticulosas, infalibles. Tan mujeres, digamos.

Mostrar esas piernas marcadas, que dejaban ver las inserciones musculares, servía para calentar a todos y cada uno de los amigos de su esposo. Y así, caían como moscas. Y los hacía coger en la cama matrimonial. Nadie se le niega a la esposa de un amigo cuadripléjico. Y más si se dona tan eficazmente, tan putamente bien.

Uno a uno fueron cayendo los amigos de su esposo, que casualmente llevaban una vida laboral similar al presidente. Antes de paralizarse, claro.

Los hacía ponerse en las más variadas posiciones, siempre usando unas botas altas que dejaba ver al momento en que se abría y gritaba al ser penetrada, sin sacarse la pollera, soltando su pelo habitualmente atado, que después se pegaba a sus mejillas, catalizado por la transpiración. Gritaba, los tocaba, tragaba gota a gota su semen profuso, dejaba que le volcaran en la cara, en sus ojos claros, en el cuello, en las rodillas, mientras sonreía diabólicamente, jugando con el imperecedero instrumento de su lengua, hurgando en la uretra irrigada.

A la silla de ruedas –con el presidente incluido, para más detalles- la dejaba en la cabecera de la cama, donde ninguno de sus amantes lograba ver. Cuando terminaba de sorber la última de las gotas eróticas, y luego de sonidos guturales que denotaban un manjar delicioso, se apuraba a ir en busca de su marido, que enarbolaba la más consistente erección. Y no, no se la chupaba. Lo peor es que no se la chupaba, y eso que el pobre testimoniaba día a día ese desenfreno de gritos y siluetas transpiradas. Con los ojos fijos. Fijos en la oscuridad. Y no, no se la chupaba.

Eso se lo dejaba al que se encargaba de la rehabilitación. A mí, un viejito de muchos años. Como si no tuviera cosas mejores que hacer.

Yo me encargaba de ordeñarlo.

Eso hacía, la muy puta.

Sergio A. Iturbe

21/12/10

2 comentarios:

Gilda Lilian Berger dijo...

"Nadie se le niega a la esposa de un amigo cuadripléjico": probablemente es una de las mejores frases que hayas escrito, Iturbe.
Cuentazo. Con el lujo de un remate de primerísima.
Un beso.

Caliburnus dijo...

'Eso hacia la muy puta.' Magnifico.