13.8.10

Psicosis


Yo estaba haciendo la última materia. Le llamaban Práctica Profesional y se suponía que servía en lugar de hacer la tesis.

Como me cuesta un poco redactar, elegí trabajar ad honorem a cambio de la cartulina. Licenciatura en Psicología orientada en Psicopatología.

Se puede decir que tuve mala suerte, que creo que es la verdadera suerte de principiante.

El que estaba a cargo de que cumpliera los horarios y las tareas asignadas era un psicólogo que se había recibido hacía diez años. Su padre todavía ayudaba en los gastos que demandaba el consultorio, ya que era un lugar grande y ubicado en el centro de la ciudad.

Su negocio, si se podía llamar de esa forma, consistía en ofrecer su consultorio como lugar de residencia en las universidades, a cambio de obtener mano de obra gratuita. Sólo tenía que proveer de guardapolvos blancos a los practicantes, artilugio que convertía en profesional a cualquier persona. Como pasa en los hospitales, también.

El primer día de residencia llegaba una nena de seis años. Nuestra tarea, según tenía entendido, era averiguar el tipo de trato que tenía con su maestra. Iba a primer grado. Desde el incidente, no hablaba. Ni un sonido, nada.

La habitación donde tenía lugar la entrevista me hacía acordar a la típica película en la que el FBI interroga a una persona. El espejo falso y, detrás, un grupo de profesionales muy idóneos en lo concerniente a las deducciones. Toda la entrevista estaba minuciosamente filmada.

Todo el equipo de trabajo se instalaba en la habitación adyacente. Detrás del espejo.

Una persona –yo- interrogando a la nena.

Inmediatamente entré en la sala, miré al espejo como en busca de clemencia. Pidiendo ayuda a los que miraban.

El espejo, inmutable, me devolvió una perfecta cara de imbécil. La mía.

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Contame lo que te hizo, dale. Sé buena y decime. No te va a hacer nada, si nos decís. Te lo prometo. Mirá, no estoy cruzando los dedos. Mostré las manos. Sonreí.

Ella tenía cabeza bajada, se escuchaba el ruido del reloj. Nada. Tic. Tic. Tic.

Bueno, vamos a ver. ¿Querés jugar? Agarré una muñeca y se la di. Tomá.

Me miró por primera vez. Miró la muñeca y sonrió, exhalando una ínfima dosis de aire.

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Nuevamente miré hacia el espejo, esta vez con el entusiasmo de quien logra un objetivo anhelado por largo tiempo. Pude ver sucesivos chispazos y luego una llama que, al apagarse, se perpetuó en un punto rojo que generaba extrañas formas al desplazarse a través del espejo. Mi cara olvidó la satisfacción y frunció el seño: el día anterior había pedido encarecidamente que no fumaran en el estudio.

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La nena tomó el juguete y lo miró de cerca. Lo tomó por las piernas y miró debajo del vestidito. Luego lo sentó en la mesa y comenzó a desvestirlo. Cuando la muñeca estuvo completamente desnuda, alcanzó un bastoncito que hacía de eje de uno de los numerosos juguetes que había acomodados en la esquina de la sala y lo colocó a su lado. Se acercó la muñeca a la boca y, con los dientes, comenzó a cortar la costura que unía una pierna con la otra. Cuando logró sacarle varios puntos, introdujo el eje del camión y expandió el hueco que ya había hecho. Terminada la tarea, logró separar un poco más las piernas, casi mutilándola. El eje penetró a la muñeca hasta que perforó uno de los hombros, esparciendo pedazos de goma espuma en la mesa. Mientras hacía esto, nunca dejó de mirarme.

De nuevo miré el espejo. Sentí como si los ojos fueran a salírseme de las órbitas.

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Tuve que mirar todo, cada detalle, cada movimiento. Sus gestos. Al hacer un análisis pormenorizado del video, no nos quedó más que una conclusión, aunque la evitamos con todas nuestras fuerzas. Nos resistíamos a creerlo.

Lo viví dos veces. Mientras veía lo que hacía con la muñeca, veía muchas cosas, menos una muñeca. Imaginaba un pizarrón, una puerta cerrada con llave, un gemido. A la noche soñé con una pileta de carne molida. Me deslizaba hacia el fondo, abriendo la boca. Sentía un gusto entre agrio y salado. Sangre y limón.

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No tardamos en avisar al juez que entendía en la causa. Mostramos los videos extraoficialmente y el resto fue, simplemente, manipulación mediática. Se condenó a la docente a cadena perpetua y todos quedaron muy conformes.

Tuve fama por un tiempo. Fui invitado a varios programas de televisión. Me sacaron muchas fotos. El diploma, debido a la repercusión que tuvo el caso, ya no me servía. Sin embargo, el tribunal que me examinó consideró, entre miradas de aprobación que sólo referían al caso de la docente, que ya podía ejercer. Me dieron el diploma.

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Dos meses después de la condena, la docente se suicidó ahorcándose con una sábana luego de escribir una carta. Más que una carta, era una exhortación que ya había referido en el juicio pero a la que, enceguecidos, nadie hizo caso.

“Miren en el armario de la sala de profesores. Que se considere mi última voluntad”.

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Ante el asombro de todos, al abrir el armario, pudimos ver que había innumerables muñecos remendados. Era el juego que, secretamente, entretenía a la maestra y a su alumna. Tras revisar los muñecos, pudimos ver que estaban rellenos de pedazos grisáceos de lo que parecían lenguas de animales. Entre ellas, encontramos una que era considerablemente menor que las restantes, además de tener otro color.

Entendimos, era de esperarse, el silencio de la nena.


Sergio A. Iturbe

13/08/10