11.10.11

Los vecinos

Era el vecino que siempre miraba lo que hacían los otros. Los de al lado, los del frente, los que viven en diagonal.
La pareja del frente era a la que prestaba más atención por el simple hecho que se veían particularmente infelices.
Había algo con el bebé, ya que a veces salían temprano en el auto y después volvían solos. La sillita vacía.
El vecino, obviamente, sabía cuándo sacar la reposera, cuándo mirar las caras apesadumbradas.
Las lágrimas de la madre le deleitaban en particular.
Cuando el padre entraba el auto miraba por el espejo retrovisor por si viene algún intruso. Siempre, religiosamente, la cara risueña del vecino, husmeando en la intimidad.
Un día, los padres llegaron más tarde de lo habitual. La madre bajó del auto particularmente contrariada y se metió rápido en la casa. El padre accionó el control remoto del portón y entró el auto, mirando por el retrovisor. La carita del vecino, sonriente, se manifestaba con un esplendor inusitado.
Si bien el portón estaba a medio abrirse, prendió el auto, puso reversa y arrancó el marco, frenando el baúl justo antes de la reposera del viejo que ya había dejado de sonreír.
El padre se baja rápidamente del auto y da la vuelta al auto para abrir el baúl violentamente.
Adentro, un cajoncito blanco reluce al reflejar las luces de la calle.
Alza el cajón, lo abre temblorosamente y se lo pone en la falda del viejo.


-Está muerto, hijo de mil putas. Reíte ahora, que te quiero ver de cerca. Dale, que tengo muchas ganas de verte riendo, la concha de tu madre.


11/10/11

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