Sube al auto y dice llevame a mi casa, hijo de puta.
Arrastra las palabras hasta hacerlas incomprensibles. El auto arranca y el
conductor no dice nada. Dale, pedazo de mierda, llevame a mi casa.
En la radio
suena un disco que el pasajero conoce bien. Un tema sucede a otro y sí, es el
disco que conoce muy bien. El estéreo muestra dos luces azules que se sacuden
al ritmo del auto.
Mi casa,
llevame a mi casa. Y el conductor nunca dice nada. Sólo conduce.
Contestame,
la concha de tu madre. Y el conductor sigue sin decir nada.
Tomá,
mierda, y el pasajero vomita todo lo que contiene su estómago. Vomita una y
otra vez. El disco sigue sonando. El disco que el pasajero conoce bien.
Y mira las
dos luces azules que se hacen nítidas hasta convertirse en su equipo de música,
el que se ubica al frente de su cama. Suena una música familiar. Las sábanas
vomitadas, el piso vomitado, la mesa de luz vomitada. Se limpia la boca con la
almohada. Todavía está mareado.
En ese
momento se abre la puerta de su habitación, y es el chofer –sólo ve su nuca
anónima- que le avisa que ya llegaron. Y que el viaje cuesta el dinero exacto
que tiene en su billetera, monedas más, monedas menos.
[Dedicado a Ramiro Martínez].
1 comentario:
Muy bueno!! En un momento (por lo de las luces azules) pensé que se lo llevaba la cana.
Y obvio: pobre mago!!!!!!!!!!
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