23.3.07

No more tears (gritos nocturnos e inefables)

Hay un problema en esta manera de escribir: uno convalece hasta que la hoja se termina, hasta que resplandece el propio ánimo como para desesperar y prometer otros infiernos de contratapas que oscurecen ante la mirada del otro, como ante una pecera manifiesta en uno de sus componentes, como valiéndolo en un pestañear de calamidades, espeleologías zoológicas, aumento de la propiedad rural y la preponderancia de un manifiesto…
En un tiempo muy remoto, perdido sin querer bajo la frazada del quizás pueda ser, se remonta la historia de los desdenes. Desde necesidades, desde Nescafé, desde-nes. Aseguro la intemperancia del tiempo, se liquidan vanas hacia otra madriguera, rodeándolo.
Pernoctarán los conceptos hasta comunicar, eternidades sin dormir buscando su referente, su peregrinar por la celulosa es una intención tallada por lo que se supone. No creas en los papeles que se vuelan, no sufras porque las hojas se escapan de la encuadernación.
Sería sufrir por la potencialidad del infinito, sobre los planeamientos que envuelven a la muerte, por pseudónimos que no se van a conocer, ridículo ponerle un pseudónimo a un cadáver, irrisoria la soledad subterránea, pilas de diarios que ya volaron como la bruma oscura. La pretensión de un artefacto, la apriorística postulación de una sustancia, se debilitan para degradarlo, se yuxtaponen para la homologación a otro.
Fijate en la luz que inunda la posteridad, una estadística de discriminación de anteproyectos, la perorata de un accidente, la anguila eléctrica en la depresión, con palacios de intenciones, de participaciones.
La lluvia tendría que caer más fuerte, no es cuestión de eliminar el dolor porque sí, porque a una física no planificada se le ocurre. La lluvia cae y no duele, la miseria en la cuenca de la mano con gotas, apelando a la erradicación de precipitaciones pusilánimes.
Llega el momento que se dispone fuera del tiempo, como toda adquisición de debilidades, y le nefrega la casualidad de pertenecer a ese otro que no obedece, que se cree libre y actúa en consecuencia, al que lo desfavorece la actual precomprensión de las cosas, como la utilización de un verbo en decadencia, por sustantivarse, por cristalizarse en la manera objetiva de suponer el movimiento.
Si tuviera que escribir acerca de la materia, te diría que química, que esto está mal y que me desagrada lo que sos.
Tengo la melancolía en pretéritos circunstanciales, en un circo trivial con mimos que rara vez se observan. Una cobardía, un subtítulo, una frenada moral a tiempo, la remanencia de un final, la colaboración de la tapas.
La decadencia es todo un logro, fracaso de soledad. Tu recipiente se chorrea, se pierde para no volver, la moral se desvanece, me cago en la masonería, le pusieron algo a la yerba, a la bombilla, a la nostalgia ahogada.
Se mojará al principio, pero sabe nadar. No es nada que no devenga cuero de cobra, plataforma de irregularidades, pinceladas de advenimientos, y si te miento te violento.
Me violento. Viento lento. Viento en Toledo, ¡bien, Toledo!
Si pincelás una alfombra no la entenderás, se pondrá parcial, vivencial, transparencial, vaciedad de los conceptos que nos brinda la comprensión, pedofilia inversa…
Sin embargo, los gatos duermen, no gritan. Son circulares, pausan las terminales, se convierten en excentricidades, en parlamentos de deliberaciones, politiquería poética, oral y vacua.
¡Vacía!
Decidí algo, casi cuando la espalda me lo permita, al fin que tanto temía, la cadena que tanto roía, los hilos de los cuales dependía, acaban en la muerte que se desempeña por el momento.
A veces, tengo miedo que la muerte me sobreviva…

Sergio A. Iturbe
23/03/07
1:20 a.m.

(Se acaba de esfumar lo que quedaba en el concepto de comunicación efectiva…)

1 comentario:

Anónimo dijo...

A veces se le cede el paso a la comunicación inefectiva de los objetos y no termina de otra forma que enturbiando la imaginación.

He aquí un tal ejemplo:

“Un clavel en tu sepelio”, interpretación tendenciosa.

Una trampa poco ágil por parte de los silenciosos conejos de sabor amargo y pensamiento espumoso. Quieren deambular toda la noche, pero no soportan ver que el paño de cocina yace en la pileta, junto a la esponja de cuadraditos verdes, por haberse deslizado accionando sus propios medios; y no como resultado último del descuido posicional de algún disperso miembro de la familia. Cada maldita porción de masa está describiéndose a gritos porque simplemente intento resistir ángulos, líneas rectas, enormes huecos oscuros, volúmenes irregulares, elipses y lados cortados con tijeras de podar oxidadas. Cuando el mecanismo “silenciar vigilia” se asume estorbado por la realidad, el peso que se derrumba a pasos en la frente, hace jirones de cualquier tipo de verdad pasajera. Esa verdad tan trucha que sostiene este cuaderno y lo hace escribible, el deslizar del bálsamo negro en la hoja blanca, un ti-tac omnipotente, el estúpido ventilador apagado –pero ya su mareo es crónico- y mirándome tan lleno de plástico y pelusas.
Al observar de costado a costado, lo indescriptiblemente real sigue sonriendo con ojitos diabólicos y, mientras procuro que esonomepasa, encuentro que comencé una hoja nueva y que en el margen superior ésta exclama un agigantado 1604. Ahora las cosas sí podrían ser de otra manera, entonces puedo conversar con el Hidalgo hasta que el turno de imaginaria se acabe, y la modorra interprete que esta hazaña, de algún día cuando encontré 1604, se despida como cualquier asistente promedio a un velorio. Sí, que así sea, o un vociferante Amén de misa de Pascua.

Analía, 24 de marzo.


Por estos pagos, los pseudónimos de cadáveres podrían ser nuestros propios apodos, guarda, no prodigar desdén a estos artefactos pretenciosos; sumado a tantas muertes que nos sobreviven...las etiquetas pseudónimas sabrán siempre dejar de escasear.