16.11.06

El atardecer.

Lo que me llama a proferir nuevos lamentos fue una desdicha de la que me tocó ser parte por primera vez: un atardecer…
No quiero ser drástico en mi descripción, pero no saben la elocuencia de su discurso, hablándome del pasado y demás cuestiones que esquivo.
Nunca pensé que sería parte de la lista negra de cosas que me hacen recordar, pero ya lo es, ineluctablemente.
Todo se volvió vacío en el reclamo que puse a su disposición: el reclamo de que se fuera lo más rápido posible…
Que le diera parte a la noche, como eclipsando lo que me estaba carcomiendo por dentro: el recuerdo de un atardecer parecido o igual a este, pero con el don de un par de cosas que en este momento anhelo, y no saben cuanto. Tampoco sería saludable saberlo de esta manera tan amiga de las distancias, así que no se pierden absolutamente de nada, se los juro por la noche que no venía nunca, por más que la llamara a gritos y a manotazos.
Todavía creo escuchar los ecos de esos gritos que puse en alto al escuchar mi desdicha vitalicia. Si, vitalicia, nunca más me dejaría en paz, me encargué de extirparle los oídos para que no oiga mis reclamos, mis goteras ni mi cólera.
Estoy medio cansado de que lo que escribo y lo que leo sea siempre lo mismo, siempre tristezas, personajes malolientes o enfermos de nostalgias y desprecios, personales o impersonales, a Juan Pedro o a la no sujetivizada lluvia o viento.Por ejemplo: ahora se me viene a la cabeza una estupidez: se me aparece en la mente una certeza: lo que de una manera u otra pudieron legislar o ejecutar algún tipo de decisión con respecto a los verbos impersonales, refiriéndose a los sucesos llamados naturales, debieron ser ABIERTAMENTE ateos, de otra manera no se justifica que la lluvia o el calor sean impersonales. Una declaración abierta en contra de su dios omnipotente y omnipresente, es una cosa que cae de maduro, no me van a discutir, no tendrán el atrevimiento… si por esas casualidades lo tienen, no se los permito, de ninguna manera.

Sergio A. Iturbe
14/11/06

13.11.06

"Odisea en la cocina"

Toda una sofisticada fiesta en una casa donde los almanaques eran Naques de Almas y mordían las cortinas de la casa, amenazando la continuidad de las rutinas instaladas corrientemente en las demás viviendas. Su vida había comenzado a funcionar de esa forma. El calibre de su historia había dejado de tener milímetros, días, semanas, meses y años.
En las alacenas acumulaba personajes inverosímiles, comparados con la verosimilitud de un paquete de azúcar o una lata de cacao en su lugar.
Por lo general, aguardaba con ansias hasta las 5, para recrear la mismísima tiranía a través de un té junto a la Corte Real. Preparaba repertorios de superficialidades monárquicas y los calibraba junto a solapas que, al lado de cada soldado del ejército de vajillas de porcelana, indicaban la justa palabra del mismo deber.
Su mundo no prescribía materiales tangibles, su material era el injerto que podía soñar durante el descanso.
A veces, al levantarse llorando, se encontraba en medio de un funeral. Con flores en la mano. Rodeado de gente. Cómodamente instalado en lo que parecía ser un barnizado cajón individual.

ANALÍA

2.11.06

Escena.

Escucho un murmullo que parece provenir por detrás de una puerta que tengo al frente.
No sé si lo que veré detrás de ella me agraviará con algún beneficio espiritual o económico.
Me inclino sigilosamente hacia el picaporte, y casi como si no quisiera despertarlo de su sueño de bronce.
Aire caliente sale a mi encuentro al pasar la mano por el ojo de la cerradura antes de entrar, y por cada uno de los orificios centelleantes de la madera de burbujas en ebullición constante y de degradación.
Me quema la expresión un hálito de desesperanza que se convierte en una intervención infernal. Caliente como una fiebre de la niñez. Delirio. Tremendo. Delirio tremendo.
Mis hermanos en una habitación en llamas, rodeados de flamantes colchones.
Navidad, cerdo asado. Papel de diario. El mismo olor.
Doy la vuelta sobre mis pies, y camino hacia el living.
Me detengo. Dudo y me detengo. Miro hacia la puerta y hacia el paisaje que deja entrever.
Me acerco nuevamente. No traspaso el marco. Los ojos me comienzan a picar. La luz se hace intensa. Cierro la puerta.
El picaporte está tibio. Quizá sea una premonición. No, lo dudo.
Sergio A. Iturbe
31/10/06

Piernas metalizadas.

He tenido noticias sobre una inverosímil analogía entre las piernas de una mujer y las penínsulas que se abren desde un eje casi invisible hacia el abismo del espacio para hacerse un gran continente de roca cromada, tanto las penínsulas como lo que devienen, incluyendo la nada de la que emanan.
No hubiera sido tan drástico si la fuerza que se aplica para separar estos dos obstáculos de comunicación no fuera la misma con que se presiona para llegar a ese oasis existencial, para luego dejarse llevar por ese vaivén casi bicromático, de ida y vuelta…
Sergio A. Iturbe
(Escrito en base a la minuciosa
observación de un celular,
de esos que se abren en dos.)