5.3.07

A propósito del suicidio (Fragmento de "Los Demonios" de Fiodor Dostoievsky)


- ¿Qué es, en su opinión, lo que contiene a la gente del suicidio? -inquirí.

Kirílov se miró distraído, cual si tratara de recordar el tema de nuestra conversación


- Yo... yo sé muy poco todavía. Dos prejuicios la contienen, dos cosas, sólo dos: una muy pequeña, y la otra muy grande; pero también la pequeña es muy grande.

- ¿Cuál es la pequeña?
- El dolor.
- ¿El dolor? ¿Estan trascendental el dolor... en este caso?
- Es lo principal. Hay dos géneros: el de los que se suicidan a causa de una pena muy honda, o por ira, o por demencia, o porque todo les da lo mismo... Esos se matan de un golpe. Piensan poco en el dolor, y todo es repentino. En cambio, los que se dan muerte por raciocinio piensan mucho.
- Pero ¿hay quien se mata por raciocinio?
- Muchísimos. De no existir los prejuicios, serían más; muchos más; todos.
- ¿Dice usted todos?

Kirílov no respondió.

- ¿Es que no hay manera de morir sin dolor? -pregunté.
- Imagínese -repuso, deteniéndose ante mí-, imagínese una piedra del tamaño de una enorme casa, que pendiera sobre su cabeza. Si se le cayera encima, ¿le dolería?
- ¿Una piedra del tamaño de una casa? Verdaderamente, da miedo.
- No me refiero al miedo. Le pregunto si le dolería.
- ¿Una piedra como una montaña, de un millón de puds? Naturalmente, no me causaría dolor alguno.
- Bien; pero colóquese de verdad y mientras tenga la piedra sobre la cabeza sentirá usted un miedo horrible, lo cual es doloroso. Hasta el primer científico, hasta el más eminente doctor, todos, todos tendrán miedo. Aunque sepan que el golpe no les dolerá, cada cual se horrorizará pensando que le va a doler.
- Bueno, ¿y cuál es el segundo motivo, el que usted considera grande?
- El otro mundo.
- Es decir, el castigo...
- Da igual. El otro mundo. Sólo el otro mundo.
- ¿Acaso no hay ateos, que no creen en absoluto en la existencia del otro mundo?

Kirílov volvió a guardar silencio.

- ¿Tal vez juzga por sí mismo?
- Nadie puede juzgar más que por sí mismo -profirió, sonrojándose-. La libertad completa existirá cuando sea in¡ndiferente vivir o no vivir. Ése es el fin de todo.
- ¿El fin? Pero es que entonces quizá nadie quiera vivir.
- Nadie -repuso decidido.
- El hombre teme a la muerte porque ama la vida -observé-. Así lo entiendo yo, y así lo tiene ordenado la naturaleza.
- Esa es una ruindad, y ahí está todo el engaño -refulguieron sus ojos-. La vida es dolor, la vida es miedo, y el hombre es un desdichado. Hoy todo es dolor y miedo. El hombre ama la vida porque ama el dolor y el miedo. Y así lo han hecho. La vida se interpreta hoy como dolor y miedo, y ahí reside todo el engaño. El hombre de hoy no es todavía el que debiera ser. Surgurá un hombre nuevo, feliz y orgulloso. Aquél a quien le dé igual vivir o no vivir será el hombre nuevo. Quien venza el dolor y el miedo a Dios. Y el otro Dios no existirá.
- Luego, según usted, el otro Dios existe.
- No existe, pero existe. Una piedra no encierra dolor, pero el miedo a la piedra sí lo encierra. Dios representa el dolor del miedo a la muerte. Quien venza al dolor y al miedo será Dios. Entonces nacerá una vida nueva, entonces un hombre nuevo, todo nuevo... La historia se dividirá en dos partes: desde el gorila hasta la destrucción de Dios y desde la destrucción de Dios hasta...
- ¿Hasta el gorila?
- Hasta la transformación de la tierra y del hombre físicamente. El hombre será Dios y cambiará físicamente. Y el mundo cambiará, y las cosas cambiarán, y las ideas, y todos los sentimientos. ¿Qué opina usted? ¿Cambiará entonces físicamente el hombre?
- Si va a dar igual vivir o no vivir, todos se suicidarán, y acaso sea ése el cambio que se produzca.
- No importa. Matarán el engaño. Quienquiera que desee la libertad máxima, debe perder el miedo al suicidio. Quien se atreva a darse muerte, descubrirá el enigma del engaño. Más allá de eso no hay libertad; en eso está todo, y más allá no hay nada. Aquel que tenga fuerza para suicidarse será Dios. Cualquiera puede hacer ya que no haya Dios y que no haya nada. Pero nadie lo ha hecho ni una sola vez.
- Ha habido millones de suicidas.
- Pero no con el fin que yo digo; todo ha sido por temor, no para matar el miedo. Quien se suicide con el solo objeto de matar el miedo se convertirá inmediatamente en Dios.
- Puede que no le dé tiempo -objeté.
- Da lo mismo -respondió en voz baja, con serena altanería, punto menos que con desprecio-. Lamento que usted, al parecer, lo tome a broma -añadió tras una pausa de medio minuto.

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