17.10.08

Kornilova


“No hay quien ignore que la mujer, en la época de su embarazo

(y más si es primeriza), suele estar expuesta a ciertos extraños

influjos e impresiones, que obran de un modo fantástico sobre su

espíritu. Esos influjos toman a veces –aunque, desde luego,

muy raramente- formas insólitas, anormales, casi absurdas."

(Fiodor Dostoievski - Diario de un escritor)


Conocí a mi esposo gracias a la conmiseración de mi padre para con su mejor amigo, Piotr Alejovich Kornilov.

Mi padre, al ver el estado de su amigo por la pérdida de su esposa, tuvo la gentileza de entregarme como aliciente y consuelo.


Luego de conocer a mi esposo en profundidad, realmente envidié y justifiqué la muerte de su anterior esposa, aunque en rigor fue el grosor del feto lo que la reventó al momento del alumbramiento.


Así las cosas, no sólo tuve que tomar a mi cargo los quehaceres domésticos, sino que oficié de madre, esposa, prostituta, casera… Tenía entonces dieciséis años. Corría el año 1872 en San Petersburgo.


Con mi nula experiencia, consideraba los vejámenes a los que era sometida como simple oficio matrimonial: nada mejor para un cuarentón que una doncella inexperta para satisfacer sus más asquerosas fantasías sádicas.

Convencido de que su placer era el mío, Piotr me exhortaba diariamente a tragar sus níveas secreciones eróticas.


Mirame a la cara, puta, me decía mientras eyaculaba en mi lengua poseído por convulsiones infernales.


Nunca tuve problema en tragar y hasta saborear su semen, aunque quizá era otro artificio de la omnipotente inercia cósmica de la costumbre…


Muchas veces quise negarme a sus torturas, a los cortes que efectuaba en mis muslos, en mis brazos, en mi abdomen…, pero donde mi voluntad se imponía, ahí estaba la coacción paterna y su abyecta misericordia, esa fuerza que, falaz aunque presente, se vestía de conciencia, de MI conciencia.


No podría explicar la repugnancia que me producía sólo con su miserable presencia, su incipiente calvicie, su hirsuto y opaco pene, su falta de aseo, la ruidosa explosión de su hilaridad, su estúpida y adorada hija…


No fui partícipe de la Libertad hasta que llegó, tardía pero definitiva, la muerte de mi padre.

Fue en ese momento, en el funeral, cuando vislumbré la posibilidad de matar a Piotr Alejovich y a su inmunda y reptante presencia: la prolongación de la de mi padre.


Quiso mi mala fortuna –si dejamos de lado una posible voluntad de autoflagelo- que quedara embarazada del que consideraba mi verdugo. En ese momento tuve miedo, ese miedo que se proyecta en los techos y en el sórdido silencio de lo inefable.


Embarazada como estaba, cobré una sensibilidad que hasta entonces desconocía. Todos los sentimientos aumentaban, se amalgamaban describiendo extrañas siluetas en mis actitudes, en mis pensamientos, en la claridad de las tardes soleadas que debiera haberme alegrado en una realidad paralela e inexistente.


Estando en esa situación de debilidad (la estúpida piedad petersburguesa que no se apiada, paradójicamente, de los animales preñados) obvié la posibilidad de vengarme de su persona.


Dejé de lado gran parte de mis deberes hogareños y me dediqué a leer novelas románticas para acentuar –lo sabía de antemano- el contraste del rosado crepúsculo literario con los huracanados grises de mi cotidianeidad.


Cuatro meses de embarazo y de novelas por entregas fueron suficientes para lograr mi cometido: autoconvencimiento de la condena en la que estaba inmersa.

Era mayo de 1876. Dediqué una noche de vigilia involuntaria y residual a pertrechar la conclusión de mi averno minucioso.


Todavía no había amanecido cuando el catre rechinó, anunciando la proximidad de…

El samovar tardó sucesivas eternidades en calentarse, aunque en ese momento –sepan disculpar el tecnicismo- la temporalidad, de categoría, pasó a ser el tiempo que tarda un ruso promedio en tomar el té calentado a lo largo de dichas eternidades.


Después, hubo silencio.


Tomé un punzón –el que usaba Piotr en sus arrebatos de pasión- y logré introducirlo en una de las llagas distribuidas a lo largo de mi abultado vientre.


El resultado fue mucho dolor y poca eficiencia...


En el colmo de mi desesperación y fuera de mí, corrí a la habitación contigua. El cuerpo tibio tembló cuando arranqué las frazadas y, tomando a la niña, la arrojé desde el segundo piso en el que estábamos. Corrí la maceta que había en el alféizar para verla caer, pero una de las rosas carmesí me impidió ver el momento en el que uno de sus muslos quedaba enganchado en el cartel del bar de la planta baja, amortiguando la caída.


Juro que no quería una amputación, no quería el colgajo sangriento, no quería ser testigo de su cándido fémur. Sólo quería…


No quiero Siberias, Piotr Alejovich. Extraño tu semen mezclado con mi sangre, Piotr.


No quiero ir a Siberia, Piotr.


No quiero ir a Siberia, Piotr…


Sergio A. Iturbe

17/10/08


[Para ver el artículo de Dostoievski ("El proceso a Kornilova"), hacer click aquí]

25.9.08

Escena


Escucho un murmullo que parece provenir por detrás de una puerta que tengo al frente.

No sé si lo que veré detrás de ella me agraviará con algún beneficio espiritual o económico.

Me inclino sigilosamente hacia el picaporte, y casi como si no quisiera despertarlo de su sueño de bronce.

Aire caliente sale a mi encuentro al pasar la mano por el ojo de la cerradura antes de entrar, y por cada uno de los orificios centelleantes de la madera de burbujas en ebullición constante y de degradación.

Me quema la expresión un hálito de desesperanza que se convierte en una intervención infernal. Caliente como una fiebre de la niñez. Delirio. Tremendo. Delirio tremendo.

Mis hermanos en una habitación en llamas, rodeados de flamantes colchones.

Navidad, cerdo asado. Papel de diario. El mismo olor.

Doy la vuelta sobre mis pies, y camino hacia el living.

Me detengo. Dudo y me detengo. Miro hacia la puerta y hacia el paisaje que deja entrever.

Me acerco nuevamente. No traspaso el marco. Los ojos me comienzan a picar. La luz se hace intensa. Cierro la puerta.

El picaporte está tibio. Quizá sea una premonición. No, lo dudo.

Sergio A. Iturbe

31/10/06

[La autoría de la foto corresponde a Florencia Aizenberg].

23.9.08

Proyecto (J.D.Salinger)


Buscaría un empleo. Pensé que encontraría trabajo en una estación de servicio poniendo a los autos aceite y nafta. Pero la verdad es que no me importaba qué clase de trabajo fuera con tal de que nadie me conociera y yo no conociera a nadie. Lo que haría sería hacerme pasar por sordomudo y así no tendría que hablar. Si querían decirme algo, tendrían que escribirlo en un papelito y enseñármelo. Al final se hartarían y ya no tendría que hablar el resto de mi vida. Pensarían que era un pobre hombre y me dejarían en paz. Yo les llenaría los tanques de nafta, ellos me pagarían, y con el dinero me construiría una cabaña en algún lugar y pasaría allí el resto de mi vida. La levantaría cerca del bosque, pero no entre los árboles, porque querría ver el sol todo el tiempo. Me haría la comida, y luego, si me daba la gana de casarme, conocería a una chica lindísima que sería también sordomuda y nos casaríamos. Vendría a vivir a la cabaña conmigo y si quería decirme algo tendría que escribirlo, como todo el mundo. Si llegábamos a tener hijos, los esconderíamos en alguna parte. Les compraríamos un montón de libros y les enseñaríamos a leer y escribir nosotros solos.

[Este fragmento está sacado de "El Guardián entre el centeno" de la editorial Edhasa, aunque le saqué palabras como "gasolina" y "guapísima" y puse lo que corresponde a un castellano más prudente. De más está decir que es del palo, el muy hijo de puta, salvo por el sol, que debería desaparecer en cuanto antes].

18.8.08

El diario de Nina.


21 de Julio de 1982.

Mi querido diario: estoy contenta porque papá me dijo que estas vacaciones pasaríamos más tiempo juntos. Me extraña. Debe ser para que no me ponga triste cuando mamá se vaya dentro de dos días a su pueblo. ¿Se irá por mucho tiempo? Espero que no.




22 de Julio de 1982.

Mi querido diario: Mañana se va mamá y me voy a quedar sola con papá. Es la primera vez que me quedo sola con papá. ¿Papá será divertido? Es raro papá. Está siempre serio. No sabe reír. Nunca lo vi reírse. Hoy me mostró unos títeres que compró para que juegue con él en las vacaciones. Tienen ropa y todo. Son muy lindos. La ropa es linda, también. Son dos títeres. Uno es más alto y tiene bigotes como papá. El otro es más chico. Parece que fuera una nena, porque tiene un vestidito rojo. Es rubio el títere. Como yo.




23 de Julio de 1982.

Mi querido diario: estoy triste porque mamá se fue esta mañana. No estoy triste porque se fue. Estoy triste porque no me saludó. Yo les dije que me levantaran, pero no me hicieron caso. Papá dice que me dio un beso en la frente antes de irse. No le creo. Creo que me miente para que me ponga contenta.
Espero que mamá vuelva rápido. La voy a extrañar. La quiero mucho a mi mamá.
¿Por qué se va si sabe que me hace mal? ¿No me quiere?




26 de Julio de 1982.

Mi querido diario: hoy mi papá me levantó temprano para mostrarme lo que me había traído. Me trajo un teatro para títeres. Es igual al teatro de títeres que había en jardín de cinco. Me dijo que no le contara nada de los títeres ni del teatro a mi mamá ni a la nona. Sigue serio papá.
No me acuerdo si el punto aparte era para cambiar de tema o para hablar distinto del mismo tema. Por las dudas uso punto aparte. Total acá no está la seño para corregirme. Odio que me corrija. Es mala la seño.
Me gustó que me trajera un teatro para títeres, pero me molestó que me levantara tan temprano. El sueño me saca las ganas de jugar. Yo quería jugar pero tenía sueño. Recién estuve buscando el teatro y no lo encontré. Voy a dejar de escribir porque vino mi papá. Espero que tenga ganas de jugar. Cuando vuelve de la oficina no quiere jugar. Cuando llega y lo miro es como si no tuviera ojos. No mira a ningún lado. Es feo papá cuando está cansado. Prometo escribir mañana.




27 de Julio de 1982.

Mi querido diario: acá estoy de nuevo. Te dije que iba a escribir hoy. No me gustaría que te enojes conmigo porque después me pasan cosas feas. No te gusta que no te preste atención. Ahora estoy con vos, mi querido diario.
Hoy me pasó algo raro mientras jugaba con mi papá al teatro. El títere grande le decía al títere con vestido que no era un títere. Yo le grité que no le creyera, pero no me escuchó. Son títeres. El papá y la nena. Papá le miente a la nena.




29 de Julio de 1982.

Mi querido diario: hoy vino Caro a jugar conmigo. Es mi mejor amiga. Caro tiene un diario parecido al mío. El diario de Caro es rosa y mi diario es blanco. Hoy le pedí que me mostrara lo que había escrito y no quiso. La encerré en el baño en broma y leí su diario. Ella pone "mi querido diario" igual que yo. ¿Habrá leído mi diario y me copió o todos escribimos igual?
Escribe cosas tontas. No escribe cosas importantes. ¿Y yo? ¿Escribo cosas importantes?




30 de Julio de 1982.

Mi querido diario: la nena títere sigue sin saber que es un títere. Yo le grito, pero no me escucha. Anoche escuchaba gritos que parecían mis gritos. Creo que alguien me grita algo, pero no alcanzo a entender.
El papá títere habla igual que papá. Yo quería que hiciera otra voz. Tengo frío. Cuando escucho los gritos me da frío. Ahora no escucho los gritos pero tengo frío igual. Es raro. Cuando papá se pone detrás del teatro me siento sola. Los títeres me hacen sentir sola. Cuando vienen los títeres, papá se va. Papá mueve los títeres, pero los títeres no son papá. Tengo frío. Me voy a dormir.




31 de Julio de 1982.

Mi querido diario: anoche los gritos sonaron más fuerte, pero sigo sin entender las palabras. Parece otro idioma. Viene del garaje, donde papá guarda el teatro. No le voy a gritar más a la nena títere. Si escucha mis gritos se va a sentir mal como yo. No quiero que se sienta mal, porque es buena la nena títere. Hoy me acerqué al papá títere y le vi la cara de cerca. Tiene la mirada de papá cuando no está cansado. Cuando me acerqué me miró fijo y me saludó. Le miente a la nena títere pero es bueno conmigo. Papá títere no se ríe. La nena títere no se ríe porque papá títere no se ríe. Cuando papá títere me miraba, nena títere lloraba. Tiene lágrimas azules. Son lindas las lágrimas de la nena títere.




2 de Agosto de 1982.

Mi querido diario: disculpame que no te haya escrito ayer. Había algo en el huequito de la llave del candado y no podía verte. Me asusté mucho porque pensé que no nos íbamos a ver nunca más. No entiendo cómo llegó ese alambre al candado. Era un clip roto, doblado. Era parecido al clip que sostenía las hojas de anotar que están en la mesa del teléfono. Fui a buscarlo para compararlos y no lo encontré. Le pregunté a papá y no me respondió. Debe ser porque estaba cansado. Estaba mirando por la ventana. Estaba lloviendo. Le gusta la lluvia a mi papá. A veces le pregunto por qué llora. Siempre me responde lo mismo. "Estamos solos", me responde. Pareciera que llora, pero no llora. Son las gotas del vidrio. Se ven en la cara, también.
Es raro. El cielo llora en la cara de mi papá. Pensé que el cielo era de todos. ¿Estamos solos?
Extraño a mi mamá. Papá se pone triste cuando no está mamá.




4 de Agosto de 1982.

Mi querido diario: me pasan cosas raras. Hoy te leí por primera vez y hay cosas que no me acuerdo que haya escrito. Anteayer soñé que yo era un títere. Me acuerdo que tenía frío. Me levanté y le hice un saquito a la nena títere. No sé por qué le llamo nena títere. ¿Es un títere?
No sé si me levanté del sueño. No tengo frío. Agosto es más frío que Julio.




5 de Agosto de 1982.

Mi querido diario: hoy me levanté y mi papá no estaba. Fui al teatro y estaba nada más que nena títere. Papá títere no estaba. Me acerqué y la miré a los ojos. Se estaba riendo. No me dijo nada. Me miraba de una manera que me daba miedo. No quiere a papá títere porque es mentiroso. Está contenta porque ahora no está. Cuando escuché que mi papá estaba entrando a la casa, me puse a jugar con la casa de muñecas porque a papá no le gusta que juegue sola a los títeres. No sé si nena títere se pone mal porque viene mi papá o papá títere.
Cuando viene mi papá y se esconde detrás del teatro, aparece papá títere.




8 de Agosto de 1982.

Mi querido diario: no te escribí estos días porque aproveché que mi papá se fue el fin de semana a cazar con los amigos para jugar con nena títere. Me sorprendió que apareciera papá títere porque mi papá está lejos. Cuando apareció papá títere, la nena títere no dijo más nada. Me dio miedo que me miraran los dos al mismo tiempo. Me puse triste porque no podía mirar a los dos al mismo tiempo. Cuando volvió mi papá los títeres se escondieron. Le pregunté a mi papá cómo hacía yo para saber que no era un títere. No me respondió. Creo que estaba cansado. Por eso no me respondió.
Mañana llega mi mamá.
Estoy contenta porque mañana llega mi mamá.




9 de Agosto de 1982.

Mi querido diario: no sé qué me pasa. Hoy volvió mamá y sigo triste. Me trajo alfajores de dulce de leche como me gustan. Sabe que no me gustan los alfajores de frutas. Me preguntó dónde estaba papá. Le dije que anoche no había llegado de trabajar. Cuando se fue a buscarlo, nena títere me dijo que había matado a papá títere porque le había mentido. La nena títere no me escucha cuando le hablo. Le dije que yo le había gritado desde el principio que no era un títere. Encontré la ropa de papá títere al lado del teatro. Cuando mamá volvió, vi que estaba llorando. Volvió y llamó a la policía llorando. Cuando cortó el teléfono le pregunté por qué no me dijo que yo era un títere. Me dijo que no soy un títere. Estoy triste porque mamá me miente. Igual que papá títere a la nena títere.
Me queda bien el vestido rojo que me regaló la nena títere.


Sergio A. Iturbe
14/08/08

16.8.08

Misión: Colegas y Vasto Espanto (Analía C.Bastos)


Los componentes oficiales incendiaban pasillos, se batían en sus barricadas y creaban para sí intuiciones de locura. Se agolpaban a leer afiches inundados de cólera y auto racismo, eso excitaba nuevas manías; y salieron en multitud a propagarlas por retiradas áreas de la institución volátil que les daba asilo y rebeldía.
Discriminar sus expedientes por fogata que veían nacer puertas adentro.
Conformes con las expectativas de victoria, salieron de a grupos pequeños y organizaron un comité de fusilamiento –al que llamaron “Colegas y Vasto Espanto”- para apostarse todos en la terraza y dar el mejor festejo.
Sale el primer e indecente grupo de castigo; en el frente otra puerta se abre y aparece la manada efímera, presta a ser acabada.
Saludan a sus compañeros como lo hacían cuando encontraban sus caras todas las mañanas. Llevan el mentón a un ilustre ángulo recto y ven un tercer ojo venírseles para acompañar la figura de sus caras…ya tiradas en el piso con la vista en el cielo tridimensional.


07/08/08.

La Cantante Calva (Part 1)

La Cantante Calva (Part 2)

La Cantante Calva (Part 3)

La Cantante Calva (Part 4)

21.7.08

Kitsch



He renegado toda mi vida acerca de la existencia de familias normales, convencionales. No obstante, es ésta una familia normal, convencional.

Papá, mamá y sus cuatro y rubios hijitos. Lindos, todos ellos.

Papá y Mamá, como son jóvenes, conservan ese combustible y agotable cariño aún no desarticulado por el hastío y los reemplazos laborales y sexuales. Es por esto que el viernes, ya liberados de sus tareas empresariales, Papá invita a Mamá a cenar afuera. Es su aniversario de casados.
Esta invitación -que quince o veinte años después resultarían intentos vanos de restablecer una relación gangrenada- es en este momento una distracción semanal no carente de una activa jovialidad. Están conformes con sus sueldos, con su moderno auto importado, con el desempeño escolar de sus hijos.
Como el mayor no tiene la edad suficiente para cuidar a los restantes tres, Papá y Mamá deciden llamar a una niñera.
Papá, aunque es Juez Penal, no repara en las notas frenológicas que hubieran delatado, y sin dificultad, la perversión de esta joven.
Papá y Mamá, confiando en la inutilidad doméstica de la que en otro momento fue una indigente trabajadora nocturna, recomiendan a la atenta niñera que no abra las ventanas "bajo ninguna circunstancia". Lo mismo con las puertas, tanto traseras como principales.

Nadie, salvo ellos en persona, puede ingresar en la residencia. NADIE.

Ignoran, claro está, cuatro cosas importantes, a saber:

a) No todo problema entra por las puertas o las ventanas;
b) Si el problema entra por la puerta -o la ventana- no necesariamente tiene que ser a la fuerza;
c) El problema puede ser potencial. Esto es: el problema puede haber entrado hace años, pero manifestarse de una vez y definitivamente en una milésima de segundo;
d) Los problemas, lejos de poder ser solucionados mediante precauciones diseñadas a los fines, muchas veces -la mayoría- son generados por éstas.

Papá y Mamá, envuelto cada uno en un halo de perfume francés, se suben al auto. Notan un desperfecto en el portón automático, pero no le dan importancia. "Mañana llamo al técnico", dice Papá, que no se da cuenta de la trascendencia ingenua que implica la postulación de un mañana palpable y previsible. "Bueno, pero que no pase de mañana", dice Mamá, creyendo, como Papá, en las agendas y en los calendarios.

Los calendarios suelen encontrarse en las agendas. El infierno, sin embargo, está en el presente.

El portón automático del garaje, aunque haciendo un chirrido escalofriante, se cierra herméticamente.

La niñera, muy curiosa, mira por la ventana de la cocina. Los mira sacar el auto del garaje.

Un imprudente conductor de camión de mudanzas obstruye la salida del auto de Papá.

Papá, apurado aunque sin motivos, se baja de su convertible. Gesticula de manera tal que las palabras que pronuncia, si bien no son percibidas por la niñera, parecen instrumentos arcaicos y obsoletos de comunicación. Inmediatamente después, el camión se mueve posibilitando el tránsito de Papá.

La niñera, cuando el auto desaparece de su campo visual, mira el reloj que pende de un estudiado clavo ubicado encima de la puerta corrediza que comunica a la cocina con el comedor.

La aguja del segundero, roja como no lo son sus compañeras, no se mueve de su lugar: se detuvo exactamente sobre el brillante ocho escrito en números romanos. VIII. Faltan exactamente veinte segundos para que el minutero salte a la progresión prefijada. Sin embargo, no es esto una falta temporal. No tiene pila, nomás, que es una de las manifestaciones de la Nada.

Aunque estamos entre dos opciones -tres contando la superposición de ellas- la niñera (poco detallista y en éxtasis por las libertades que posibilita la ausencia de los patrones, no repara en ello y se convence de una hora poco certera. Poco certera, de más está decirlo, para esas convenciones tan tercamente axiomáticas.

Los niños, mientras, duermen apaciblemente en la cama de tres plazas de sus padres.

Es como dormir con Papá y Mamá.

Pueden sentir su perfume y, así, dormir tranquilos como asegurados por sus falaces presencias.

Sus actividades extraescolares (piano, violín, natación y equitación, respectivamente) los dejan exhaustos mentirosamente temprano: recordemos que el segundero no prospera.

La niñera, previendo un posible e indiscreto regreso, mira por la misma ventana que descubrió la partida del todavía feliz matrimonio. La ventana de la cocina. Hace esto al tiempo que abre el segundo cajón. El primero es el de los cubiertos. El segundo es el de los repasadores y los guantes de cocina. Saca uno es estos últimos, se lo pone y se dirige a la habitación principal, donde duermen los niños.

Con sumo cuidado, y tratando de no hacer el más infinitesimal ruido, abre la maciza puerta.

La oscuridad y las respiraciones regulares los delatan: duermen.

Uno de ellos finge.

El ruido ya familiar de la puerta principal la desconcentra. Es Papá. La niñera se altera: la han descubierto. No. No pasa nada. Papá ha venido por la corbata, que yacía, olvidada, en el perchero detrás de la puerta. La cierra. El fade out del motor describe su alejamiento.

La niñera, suspirando, cierra la puerta que había abierto y, bajando las escaleras, se dirige al living, al frente del televisor. Lo prende, aún con el guante puesto en la mano derecha. Busca el canal de cocina, que no tarda en encontrar. Sube su pollera y, con su mano derecha, empieza a masturbarse mientras mira los retoques decorativos de una torta de chocolate y crema. Le excitan los postres dulces. También los niños y los utensilios de pastelería.

La relación entre estos elementos pasa desapercibida como el segundero del reloj.

Quince e incronicados minutos tarda esta mujer para eyacular masculinamente sobre el impecable parquet, no sin antes cerrar los ojos y aumentar su ritmo cardíaco hasta gemir prudentemente, mientras sus piernas, salpicadas de manera grotesca, casi que dibujan ciento ochenta grados en la Geometría y treinta y ocho grados en la Termodinámica de su ahora irrigado y erecto clítoris.

La impunidad de cuatro subconsciencias infantiles -recordemos, así también, que una de ellas es conciencia fingiendo subconsciencia- no se compara con la inconsciencia electrónica de una sola cámara de seguridad emplazada y convenientemente camuflada en un cuadro tan decorativo como no-artístico.

El todavía cálido efluvio de su orgasmo reciente se convierte en despreciable y asqueroso mientras su pulso vuelve a la normalidad y descubre el incómodo sabor de la inminente limpieza del piso.

El parquet se mancha muy fácilmente.

El estruendo que proviene de la planta baja aborta sus planes -seguir masturbándose- al tiempo que salta del sillón y se dirige al lugar de origen. Al subir las escaleras, la pólvora y el hierro se hacen presentes, primero, e inmanentes, después.

La puerta de la habitación principal sigue cerrada.

La intriga y la baja presión arterial producen el martilleo de sus rótulas y el posterior desvanecimiento de la rigidez de sus articulaciones: sus piernas, todavía húmedas, tambalean al llegar al descanso de la escalera. En este preciso instante estalla un llanto coral como de eunucos desesperados.

Tropieza con uno de los zócalos, se precipita de rodillas y golpea estentóreamente su cabeza contra la puerta.

Los chillidos, en el clímax de los decibeles, cesan.

La puerta se entorna en tanto que le impide darse cuenta de que el mayor de los hijos sostiene una ensangrentada Smith & Wesson Magnum .357. Es el arma personal de Papá, quizá descubierta fruto de un hurgar cajas depositadas en el vestidor.

Hijo-Mayor ha escupido a Hermana-Violinista (ocho años) en su níveo rostro. Digo "escupir" por la consistencia de los cóncavos trozos de cráneo que descansan a lo largo y ancho de toda la habitación.

"Escupir", como quien dice.

La niñera se arrastra hasta los pies de la cama y en el trayecto saborea una tibia y grisácea porción de masa encefálica.

Prefiere la crema moca, decide.

Cuando se asoma, lo ve a Hijo-Mayor sentado a un lado de la cama, apuntándole a Hemano-Nadador (seis años). No, por favor, implora éste. Sí, dejame, dice Hermano-Mayor. Se oye el ruido grave y resonante de un nuevo disparo. La niñera siente como si ranas tibias y húmedas le hubieran saltado encima.

Hermano-Menor se quita con la lengua los restos de sus hermanos. Son dulces, piensa. Lo dulce le genera alegría. Sonríe. Esa sonrisa desaparece mientras el maxilar inferior, desarticulado, choca contra el tapiz de la cabecera de la cama.

Hijo-Mayor quiere despertar a sus tres hermanos, pero lo único que logra es mover dos torsos inanimados y decapitados, que yacen aún en las ensangrentadas sábanas de seda.

Parecen sábanas de nylon. Brillan opacamente.

Hermano-Menor, en pleno ejercicio de sus facultades, palpa la incomprensible ausencia de su mandíbula. Su lengua, ubicada donde siempre, no encuentra el marco natural de su reposo. Siente un gusto salado y recuerda el mar, el primer contacto con el mar.

No es sangre. Es mar.

Recuerda la articulación y los labios incrédulos de su padre. Mira a Hermano-Mayor e interroga su tranquila expresión. Mira el arma.

Se escucha el chirrido del portón automático.

La niñera ha empezado a masturbar el exangüe pubis de Hermana-Violinista. Su cuello, desgarrado y ahora terminación de su cuerpo, se mueve de un lado a otro al ritmo del guante de cocina.

Hermano-Mayor encuentra la mandíbula de Hermano-Menor, que ya no mira ni se mueve.

En la planta baja, junto con la recomendación televisiva de no usar margarina sino manteca, Papá y Mamá se ríen de eventos recientes.

El mozo se parecía a Hegel, dice Papá.

Jajaja, dice Mamá.

Ahora suben las escaleras.

Claro, ahora entiendo. Para eso el absurdo de cómo subir una escalera: es un libro para ebrios, dice Papá y no sé a qué se refiere.

Jajaja, repite Mamá.

Hijo-Único sonríe cuando Papá y Mamá entran en Habitación Principal.

¿Qué es esto?, pregunta Papá en el momento en que Hijo le estira un sobre de papel madera.

Feliz aniversario, exclama Hijo cuando Papá saca la mandíbula de Ex-Hijo-Menor.

Yo ayudé a hacerlo, dice la niñera, que sigue masturbando a Fiambre-De-Hija-Violinista.

Gracias, dicen enternecidos Papá y Mamá, abrazando a su hijo único y pateando, sin querer el cadáver de Hijo-Nadador.

Papá separa a Hijo de su pecho y lo mira, emocionado hasta las lágrimas.

De nada, papi. Los quiero mucho, responde.

Nosotros también te queremos, hijo, dice Mamá, mientras se limpia una lágrima que pende de su mejilla.


21/07/08
[La foto es de autoría propia y corresponde a la primera frase del libro "Anna Karenina" de Lev Tolstoi].