
El mismo aire de este mundo, este puro elemento, se hace hediondo e irrespirable si ha estado cerrado por largo tiempo. Considerad cuál no será la hediondez del aire del infierno. Imaginad un cadáver que hubiera estado yaciendo en su tumba, pudriéndose y descomponiéndose, hasta llegar a ser una masa gelatinosa de líquida corrupción. Imaginad este cadáver pasto de las llamas, devorado por el fuego de la hirviente piedra azufre de modo que exhale densas y sofocantes humaredas de nauseabunda descomposición. Y luego, imaginad este pestífero olor multiplicado un millón de veces y un millón de veces de nuevo por los millones y millones de fétidas carroñas amontonadas en la humeante oscuridad, como un hongo monstruoso de podredumbre humana. Imaginad todo esto y podréis llegar a tener cierta idea del horroroso hedor del infierno.
1 comentario:
Nada mejor para un niño que inculcarle una buena dosis de terror cristiano cuando aún es lo suficientemente impresionable.
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