4.6.08

La clase de Filosofía o Cómo hacer que bancos azules profieran palabras articuladas con verbos y todo.


Y allí estábamos, escuchando las especulaciones respecto a la Teoría Corpuscularista de la Materia, aplicada a la formación de los colores. Era interesante escuchar lo que retrógrados pensadores de siglos anteriores pensaban sobre cosas acerca de las cuales sólo podían hacer teorías “altamente probables”.
Veíamos los esfuerzos sobrehumanos de la profesora para explicarnos la fenomenología óptica que producía en nosotros la idea de “azul’’, ejemplificada contingentemente por los bancos que casualmente eran azules. (No, en realidad tomo al azul por ser el color que tenían los bancos). Yo, mientras tanto, me divertía pensando en la indiferencia de los pobres pupitres frente a explicaciones de esta índole teórica que poco afectaba su existencia, salvando las vibraciones provocadas por la penetrante voz de histérica, solterona y cincuentona.
Y los bancos estaban ahí, silenciosos pero imponentes como lo suelen ser las cosas difíciles de explicar.
Era raro cómo todos estaban compenetrados escuchando las hormigueantes palabras de la catedrática, aun siendo tan distantes del sentido inmanente que poseían estas criaturas azuladas.
No encontraba la relación que había entre el “color azul’’ y su definición arcaica de “disposición tal de los corpúsculos constitutivos del objeto que su apariencia es de naturaleza azulada’’.
El abismo entre la cosa a justificar y la justificación se incrementaba en proporción geométrica a medida que las palabras discurrían por sus fauces intransigentes a la falta de correlato con la realidad, al menos con la aparente.
Lo razonable hubiera sido que dichos bancos se encontraran invadidos por la paz y tranquilidad propias de los seres que no poseen conciencia; y en definitiva nada impidió que así estuvieran. Lo trágico y descabellado fue que yo no los percibiera de esta manera tan idílica, tan indolora; aunque en realidad no era descabellado que una vez más viera las cosas de forma tan desprovista de eufemismos estéticos que sería la belleza retórica y la supuesta tendencia a la socialización.
Ahora tengo que contar cómo veía a estos inocentes artefactos domésticos, aunque para expresarme mejor debería decir que son artefactos propedéuticos...
Azules; los veía extremadamente azules, no se imaginan cómo. Este ‘’azulismo exacerbado’’ me provocaba auténtico miedo, el miedo que producen las cosas que no se conocen, máxime si la causa de esta ignorancia es una falencia pedagógica…
La comprensión de lo lejos que estaban esos azules de la concepción que tienen los intelectuales de ellos me provocó pánico: después de todo son ellos los que determinan lo que los pseudo-intelectuales de biblioteca deben entender por ‘’azul’’…
Y es natural que así sea: personas empecinadas en aprender o ‘’aprehender’’ la manera complicada de decir lo que vulgarmente y sin mayores artilugios dialécticos puede llamarse ‘’azul’’.
La tragedia se hacía inminente; pero guardé silencio en pro de la justicia que se merecen los seres inanimados y privados del “aliento de la vida’’, como decían los griegos presocráticos cuando el hablar por sí era metafórico, al menos mirándolos desde este lado de la historia.
Eran demasiado azules como para que permanecieran tan pasivos frente a tamañas insolencias intelectuales y agravios de naturaleza racista (también, aunque no lo crean, es posible discriminar a las cosas azules denegándole aptitud para defenderse por sí solas).
Y así fue: se hizo justicia…
Terminó la clase y todos volvieron a sus hogares.
Al otro día la profesora preguntó:
- ¿Quedó alguna duda de la clase anterior?
- No -respondieron.
- Entonces, ¿de qué color son los bancos en que están sentados?
- Somos azules…, muy azules- respondieron al unísono.

Sergio A. Iturbe

1 comentario:

Petra von Feuer dijo...

O cómo el hecho de agregarle una palabra puede aumentar considerablemente la copadez de un escrito.
Es más, ahora que lo pienso, creo que eso (el enorme poder metamórfico de una simple palabrilla, de una pequeña parte con respecto a un todo) me da más miedo que la inmanente imposibilidad de aprehender las cualidades cromáticas de los objetos.
Ya que estamos, percibo cierta Macedoniedad en este texto, que se me había pasado por alto la primera vez que lo leí, allá lejos y hace tiempo.