¿Dónde puta
están esos bares
donde te meten pastillas en el trago,
dónde la filantropía es alucinación?
Decime, abuela, dónde carajo
te drogan el porrón. (Anónimo).
Y el viejo que jamás tomó más
de un vaso de vino te dice que la primera te la regalan. No sabe que te venden
la primera, la segunda y también la que no te dan.
Y parece que tanto reírse de estas apreciaciones termina
pasando que una gota transparente, inocua como el agua misma, cae sin ruido ni
sospechas en un vaso de whisky con hielo.
Mientras
mira su vaso, tambaleante pero todavía consciente, se pregunta -es lo
último que se pregunta- si tomar whisky en ayunas se ha vuelto tan
inspirador. Y después ve flashes, luces, camisas desprendidas y mojadas de transpiración
que se sacuden al ritmo de la música electrónica. Y después una chica con
rasgos masculinos, muy femenina ella, se acerca a su sillón y le coloca una
pierna desnuda en el medio de su campo visual.
Y después
de eso, nada.
Aunque lo
que se dice nada, nada, no.
****************
La primera
sensación con la que se despertó fue con un mareo, cosa que coaguló su intento
de erguirse en donde yacía. Y no pudo porque estaba atado. Cuando abrió los
ojos, o cuando intentó hacerlo, se encontró con un sabor entre salado y dulzón,
no ya con una imagen.
Y después
de ese sabor, que ya conocía bien, una figura humana que se recortaba invertida
contra los reflectores, descargando toda su leche en la cavidad semicerrada de
su boca. Después una arcada y el semen que se derrama por la comisura de los
labios y después por el cuello hasta la sábana oscura.
Y un gemido
bestial, como de orco.
No pasa
nada, es lo primero que escucha y que suena a falacia. Trata de deshacerse de
la sustancia coloidal que se adhiere a su garganta, pero vuelve una y otra y
otra vez hasta que tiene que tragarla. Un hilo áspero conecta la rugosidad de
su lengua con las secreciones que ya han llegado a su estómago.
Y cuando
empieza a desvanecerse el dulzor amargo, aparece una reminiscencia: el whisky
que no recuerda haber terminado/las piernas cruzadas/el jueguito de seguir el
ritmo de la música con el hielo del whisky.
La chica de
las piernas, la del bar, le acaba de descargar todo su semen en la boca.
Recuerda y resignifica los rasgos masculinos que había notado.
Vos, dice.
Yo,
responde la chica de las piernas. Sonríe de un solo lado de la cara. Es una
sonrisa entre tierna y libidinosa.
Da vuelta
la cabeza y un mechón de su pelo se le adhiere en el cuello, donde el semen se
seca dejando una costra entre flexible y quebradiza. Una sustancia fría que
dejó de ser tibia.
Considera
sus extremidades, estira las piernas, abre las manos y las cierra como probando
su corporalidad. Gira la cabeza y puede ver otros cuerpos, inmóviles, acostados
en unas camillas de parto, con las piernas muy abiertas. La mitad inferior
desnuda/atados con esposas/camillas de parto.
Y trata de
levantar la cabeza, si pensaba que estaba en una cama. Pero puede ver sus
propias piernas, abiertas, atadas, como los cuerpos cercanos. A través del
vértice que forman sus propias piernas, pasa la chica de las piernas. Le tira
una mirada, se detiene casi sin dejar de caminar y sigue.
Vuelve con
una erección desproporcionada con sus piernas descomunales, perfectas. Una
pollera negra de cuero que brilla con los reflectores. La verga, aunque erecta,
pendulea, superando los límites de la pollera. Con las manos se la estimula y
venas azuladas adquieren características épicas.
Agarra un
frasco, abre la tapa y saca una crema -violácea pero transparente- y se la
unta.
En la
camilla, ya resignado, deja de ver esos preparativos y fija su mirada
desenfocada en un reflector. Unos insectos indefinidos juegan a asarse vivos.
El
reflector desaparece y una silueta se interpone. Es ella. La de las piernas.
Uno de sus muslos roza su brazo y la piel se siente más fría y plástica que el
cuero de su pollera. La chica de las piernas saca un sobre de nylon de un
bolsillo de su campera. Un polvo que parece bicarbonato.
Tomá, dice.
Te juro que
lo preferís, sigue.
No,
hablemos, responde. Por favor. No.
Hablamos
después de que te lo tomes, dale, abrí la boquita, dice estirando uno de sus
brazos para buscar un vaso demasiado limpio con agua hasta la mitad.
No vamos a
hablar, estoy seguro.
No sólo hablando
se entienden los cuerpos, y le da el vaso, se lo coloca en la boca. El polvo
hace espuma y emana un olor parecido al amoníaco.
La cabeza,
luego de beber, cae sobre la camilla y lo último que ve es a la chica de las
piernas que deja el vaso al lado de un bisturí que brilla como una virgen
inmaculada.
10/10/11
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